sábado, 22 de mayo de 2010

“Un aporte para la datación cronológica de las ruinas de las Misiones Jesuíticas"

Resumen:
Las ruinas de los pueblos misioneros muchas veces han sido estudiadas como si hubieran sido construidas en un solo día. Entendemos que los trabajos de arqueología histórica deben prestar un servicio a las restauraciones diferenciando claramente la datación de los elementos arquitectónicos que vayan apareciendo. De esta manera realmente se podrá hablar de las huellas de un pueblo jesuítico-guaraní. A su vez lo pos-jesuítico deberá ser identificado de tal manera que cualquier visitante pueda configurar una interpretación del proceso histórico posterior del sitio. Este sería el servicio de la arqueología histórica entendida como el resultado de la interacción entre la arqueología, como exhumadora de restos materiales, y la investigación histórica, como contribuidora de documentos escritos.
Palabras claves: cales, resistencias, construcciones, trazas.
Abstracts:
The ruins of the missionary villages often have been studied as if they had been constructed in the alone day. We understand that the works of historical archaeology must give a service to the restorations differentiating clearly the datación of the architectural elements that are appearing. Hereby really it will be possible speak about the fingerprints of a Jesuitical - Guarani village. In turn the pos-Jesuitical thing will have to be identified in such a way that any visitor could form an interpretation of the historical later process of the site. This one would be the service of the historical archaeology understood as the result of the interaction between the archaeology as exhumer of material remains, and the historical investigation, like contribution of written documents.
Key words: limes, strengths, constructions, plans.





Introducción

El objetivo de este trabajo es señalar la existencia de restos diferenciados de materiales aglomerantes existentes en las ruinas y, de manera análoga, el hallazgo de cierta documentación específica que puede ser implementada como proveedora de información fundante para la datación cronológica. En los casos analizados de la arquitectura distinguiremos las construcciones realizadas totalmente ad-novo de las que partieron de los límites prefijados por el ex-colegio de los jesuitas o por alguna de las tiras de las viviendas de los indígenas.
Destacaremos estos cambios en Yapeyú, La Cruz y Santo Tomé donde, en la época pos-jesuítica, se realizaron hospitales por haber nuevos métodos de curación de la enfermedad de la viruela. Asimismo en función de que estos Pueblos estaban ubicados en una zona de frontera con potencial conflicto bélico desde 1801[1], también se realizaron construcciones militares.

1-La significativa presencia de determinados aglomerantes

En un trabajo de Pifferetti y Bolmaro se intenta proponer una revisión sobre el uso de la cal en el Pueblo de Santa Ana. Entendemos que el intento es valioso pero que arriba a un resultado confuso debido a la complejidad de poder discernir claramente la cuestión temporal y la calidad en los tipos de cal utilizados. Esto es un problema que abarca a la totalidad de las construcciones de las Misiones Jesuíticas.
Una de las cuestiones fundamentales para poder dilucidar estas cuestiones es definir cuando se empezó a utilizar cal en las construcciones misioneras. Hasta ahora no hubo precisiones al respecto pero al respecto sostenemos que hubo, de compleja determinación de lindes, una primera etapa que tenía una estructura de horcones de madera y cerramientos de tacuaras, tacuarillas y empleites de hojas de palmeras; una segunda etapa, de barro, con los pueblos más estabilizados en sus asentamientos con una estructura de horcones de madera y como sistema de cerramiento el llamado estanteo con barro y encofrados perdidos de madera; una tercera etapa de horcones y ladrillos de adobe; una cuarta etapa de horcones con fundaciones para los muros con piedra hasta 0,80 m de altura y paredes de ladrillos de adobe y finalmente, antes de 1690, una quinta etapa con un sistema de horcones con muros de cerramiento con piedras irregulares acomodadas con ñaú y piedras más pequeñas. Para analizar esta última etapa sugerimos la lectura de un trabajo nuestro sobre la arquitectura practicada cerca de 1670/1680 en San Ignacio Miní[2]. Insistimos sobre la importancia del tema de la cronología, definiéndola desde la arqueología histórica, como central para distinguir una tipología constructiva de otra y por ende, una época de otra. Aparentemente los Idóneos de Obra, responsables hasta la llegada de los arquitectos hacia 1690 de todas estas etapas, no usaron cal de ningún tipo. Podrían haberlo hecho, ya que actualmente todavía existen concentraciones de caracoles en zonas cercanas a Santa Ana y se utiliza la palabra caracol en guaraní para designar una zona del río (Jatytay), pero no hemos encontrado ninguna mención en las fuentes. Además, al ser blanqueado, el mantenimiento de los muros de barro hubiera sido complejo, debería haber exigido una gran constancia.
Seguramente la presencia de los arquitectos implicó una mejor calidad en las construcciones y se debió intentar la aplicación de revoques cuando los muros tuvieron una terminación más adecuada para recibir los apliques. Me refiero al corte y al pulimento de las piedras. Es decir que hablamos de una sexta etapa de piedras para la construcción entendidas como sillares.
Pero esto sigue siendo una problemática secundaria con respecto a la cuestión del uso de la cal como material estructural. El trabajo de Pifferetti y Bolmaro sólo puede indicar el uso de cal para revoques. Esto no constituye una novedad porque sólo con haber leído a Cardiel es posible tomar conciencia de este uso[3].
La Iglesia del Pueblo de San Miguel, la primera obra susceptible del requerimiento de cal de uso estructural, sabemos que no contó con ese material con ese destino. Seguramente sus muros, de piedras recortadas en forma pareja y de terminación pulida, recibieron algún tipo de enlucido pero la falta de cal de uso estructural impidió la construcción de una bóveda de ladrillo o de piedra.
En la siguiente obra, destinada como la anterior a resolver un tema de resguardo de la frontera y por lo tanto susceptible a ser completada la cubierta con una estructura de piedra o de ladrillos cocidos, encontramos antecedentes para mencionar una séptima etapa.En 1745 se pidieron 1000 fanegas de cal al Oficio de Santa Fe destinada para la obra de la Iglesia del Pueblo de Trinidad[4]. Se trató de cal traída desde La Bajada y por lo tanto, debido a la exigencia estructural, debió ser de procedencia de piedra caliza. La cuestión es que para terminar esta construcción, debido al costo de la cal traída desde La Bajada, se intentó utilizar cal procedente de canteras de piedras calizas ubicadas en sitios próximos a la obra pero el resultado distó de ser el óptimo.
Esta iglesia sufrió varios derrumbes por la falta de cimientos adecuados a la resistencia del terreno y por la escasa resistencia de la cal utilizada.
Entretanto, todas las veces que se dio por sentado que se había encontrado una cal apta para el uso estructural las obras tuvieron problemas de diverso tipo o se dejaron inacabadas[5].El conflicto entre Trinidad y Jesús por la Calera de Itaendy, hacia 1761, señala la existencia de una cantera que podría haber surtido a la construcción de las iglesias de ambos pueblos. Sin embargo, el derrumbe de la iglesia de Trinidad, la construcción de una iglesia de escaso vuelo para reemplazarla y el lento avance de la obra de Jesús permiten suponer la dificultad para conseguir buena cal. Hasta ahora no hemos encontrado documentación que mencione la explotación posterior a la expulsión de los jesuitas de la Calera de Itaendy y, al contrario, para su utilización en Asunción se seguía trayendo cal desde La Bajada.
Cardiel afirmó en el destierro, en un escrito de 1771:
“No se halló cal en aquellos países ; y por eso se halló este modo de fabricar. Las dos magníficas iglesias que dije son de piedra de sillería hasta el tejado y son las de San Miguel y la Trinidad las hizo sin cal un hermano Coadjutor, grande arquitecto y esas no pilares, sino que están al modo de Europa y todo se blanquea muy bien”[6].
Otro escrito de Cardiel, correspondiente a 1780, dice referente a la ciudad de Asunción:
“Cal no la hay, o no se han amañado a hacerla, pues hay piedras y peñascos de varias especies, y algunos serán de cal[7].
El Teniente de Gobernador Doblas, en 1785, aseguró que
“De los renglones más necesarios a la conservación y comodidad de los hombres, sólo faltan dos en esta provincia, que son la sal y la cal: del primero es preciso abastecerse de Buenos Aires o del Paraguay, y el segundo se suple, para blanquear las iglesias y habitaciones, con caracoles grandes calcinados, que los hay en los campos con mucha abundancia, y de ellos se hace exquisita cal: pero esta sólo alcanza para blanquear y no más”[8].
Azara, alrededor de 1793, expresó
“No tengo noticias de canteras de piedra de cal sino de las que hay en las barranqueras de los ríos Paraná y Uruguay en el paralelo de 32 ° y otras en algunas de las serrezuelas de Maldonado. Parece que la del Paraná es una piedra compuesta de conchas marinas aun no bien marmolizadas, que tienen arcilla en muchos de sus intermedios, de donde viene ser su cal de inferior calidad. Las piedras de cal del Uruguay no lo parecen a primera vista ni tienen conchas ni se asemejan al mármol y tampoco dan más que mediana cal. Las que he visto de Maldonado son más pedruscones, como cántaros y tinajas, de mármol blanquizco con el grano fino y se encuentran sin unión unos con otros entre dos muros de pizarra común; dan una cal sobresaliente. También hacen cal de inferior calidad en Buenos Aires de algunos bancos de cochitas fluviales. Aunque yo no conozca otras caleras, es de esperar que el tiempo y la necesidad las descubrirán[9].
La cuestión es que posteriormente a la expulsión de los jesuitas apareció puntualmente la cal, siempre extraída de lugares ad-novo .
En 1793 se compraron para la obra de la iglesia del Pueblo de San Miguel 5000 fanegas de cal (alrededor de 180.300 kg) para abastecer la obra de recomposición del edificio, que venía de una cantera cercana a Santa Tecla[10].Encontramos otras menciones de caleras cercanas a Yapeyú y a La Cruz pero ninguna tuvo una explotación de cierta continuidad.
El Ingeniero Vera Vierci, contemporáneamente, tras un detallado estudio informó sobre la Iglesia de Trinidad que para la construcción de los muros se utilizó como mortero la arcilla del lugar, a la que se le agregaba, para darle porosidad, algún tipo de material orgánico. Esta porosidad apresuraba el secado y consiguiente endurecimiento de los morteros arcillosos.
En el caso de la construcción de las bóvedas, derrumbadas tres veces, dice que fue utilizada la cal en el mortero. El crucero de la iglesia de Trinidad estaba cubierto por una bóveda totalmente construida con ladrillos de campo, de dimensiones generosas. Pero afirma que la mezcla utilizada era arcilla con algo de arena y un porcentaje de cal de aproximadamente 15%[11].Por lo que nos permite suponer que la dificultad de contar con una cal útil para ser utilizada estructuralmente persistió hasta muchos años después, bien entrado el siglo XIX.

2-Documentación sobre construcciones pos-jesuíticas

Cuando se produjo la expulsión de los sacerdotes de la Compañía de Jesús hubo cambios cualitativos en la mayoría de los edificios de la planta de los pueblos. En el caso del Colegio pasó a ser la residencia de los Tenientes de Gobernadores, de los Curas, de los Maestros, los Sangradores y de los Administradores. El Cabildo pasó a tener más predominancia y las viviendas de los corregidores tuvieron mejor ubicación y mayor tamaño. La escuela de español se ubicó afuera del Colegio y varias de las actividades productivas que se desarrollaban en el segundo patio pasaron a realizarse en el interior de galpones ubicados en la periferia del pueblo. Se le dio mayor importancia a los telares lo que significó un sitio especialmente dedicado para la producción de lienzos.La cuestión de la aparición de la inoculación de cepas para el tratamiento de la viruela permitió la construcción de hospitales dentro de los pueblos y la situación permanente de guerra con los portugueses incitó a la construcción de defensas y recintos para el alojamiento de los soldados. Inclusive la reconstrucción de amplias zonas de los pueblos impulsó la reforma de algunas tiras de viviendas, como en el caso de la sede del cabildo y de la vivienda del Corregidor.
La comprensión de estos cambios es fundamental para ofrecer al visitante una reproducción más fiel de la experiencia del espacio en la etapa jesuítica. Desde nuestro punto de vista es necesario diferenciar claramente una época de la otra estableciendo claras delimitaciones de los tipos constructivos que tenían que ver con cada uno de los contextos históricos.
En el caso del Pueblo de Santo Thomé, hoy prácticamente destruído, en 1784 había una Casa para la Escuela de Música, generalmente integradas en la época jesuítica a los Colegios. Asimismo el inventario habla de Cárceles Reales de Hombres y mujeres, no podemos precisar si estaban o no incluidas en los antiguos Cotiguazú[12].
También en Santo Thomé, en el inventario de 1794 aparece un hospital de 10 catres, seguramente con las instalaciones complementarias. En el inventario del año 1799 se completa la descripción: “un Hospital que se halla actualmente concluido con dos salas capaces y sus oficinas afuera en un cercado de postes y estado de techo de paja y el dicho hospital de teja”[13]. A su vez la Casa Capitular tenía 4 escaños, o sea bancos con respaldo para varias personas. Evidentemente se trataba de un espacio considerable ya que contenía el Real Estandarte con las Armas de S. M., dos escudos (uno de plata y otro de metal) con las Armas de S. M. y el Archivo con los papeles y los mapas que delimitaban las tierras de la comunidad[14].Es interesante la mención en otro Inventario de este Pueblo, correspondiente a 1798, de “la Casa de Cabildo unida, como queda referida, a las hileras antecedentes” [15].
En el caso del Pueblo de La Cruz, durante el año 1801, se realizaron una gran cantidad de obras que ciertamente debieron cambiarle su fisonomía en varios aspectos, no podemos precisar los alcances de las nuevas trazas, la conformación del antiguo asentamiento. Describe el Administrador
“(…) lo que se ha invertido en las obras nuevas que se han levantado en este Pueblo en el tiempo que obtengo la Administración de él, cuyas obras se han levantado con la Dirección del Maestro de Carpintero Don Miguel de Arquía (…) Una cuadra en la plaza que se compone de dieciséis habitaciones inclusas sus cocinas con ciento y diez varas de cimiento de piedra, sus paredes de adobes, buenos enmaderados con sus correspondientes puertas y ventanas y buenos techos e igualmente corredores de cuatro varas de ancho y sus pilares de piedra (…) otra dicha en la misma plaza que se compone de doce habitaciones con paredes de adobe y unos corredores como arriba se refiere (…) otra dicha en medio del pueblo sin corredores (…) otras tres cuadras dichas en medio del pueblo que forman cuadro y se componen de treinta y cuatro habitaciones y con trescientos treinta varas de cimientos de piedras, sus correspondientes pilares de idem y corredores por uno y otro lado con sus buenos enmaderados, puertas y ventanas de cedro y sus buenos techos de teja (…) otra dicha hecha en el colegio que se compone de dos almacenes y cuatro salas con doscientas cuarenta varas de cimiento de piedra, sus buenas paredes, enmaderados, puertas y ventanas y sus corredores con pilares de piedra labrada y un portón en medio (…) Por cuatro cuartos que se han hecho en el patio del colegio que se componen de cincuenta y cuatro varas de cimiento, su buena portada y portón de madera con sus pilares de piedra (…) por una cocina que se ha hecho en el colegio (…) sala que sirve para vivir veinte personas que se ocupan diariamente en el obraje de tejas, ladrillo y adobe con sus correspondientes puertas y ventanas y sus corredores con pilares de piedras y cimientos de lo mismo (…) un horno que se ha hecho para cocer tejas y ladrillo contiguo a la misma capilla “[16]
Con respecto a Yapeyú el Virrey Avilés ya había advertido la situación ruinosa de la iglesia que había sido restaurada hacia fines del siglo XVII[17]. La situación era compleja porque a este pueblo ya se le habían sustraído sus tierras de la Banda Oriental y en ellas se encontraba una Calera para la fabricación del material necesario para las obras[18]. Sin embargo en las Cuentas del Administrador correspondientes a 1802 se incluye
“El Colegio en el que se ha reedificado en el presente año todo un ángulo de él con 50 varas de longitud de ladrillo cocido[19]”.
Asimismo el 4 de febrero de 1803 el Teniente de Gobernador Láriz le participa al Virrey del Pino sobre la realización de otra construcción en Yapeyú:
“Pongo en noticia de Vuestra Excelencia haber construido una sala de Armas de la Figura de un octógono irregular; cuya disposición guarda el orden de Arquitectura con una decoración sencilla y en ella se han colocado las Armas de fuego y blancas que existen en este Departamento con la mayor simetría y uniformidad coronando toda la cornisa con las Bayonetas; pero como dichas armas se hallan todas llenas de orín y algunas también descompuestas, convendría que un Armero las recorriese”[20].
Volviendo al análisis del proceso de cambio del Pueblo de Santo Thomé podemos mencionar que el 7 de junio de 1806 el Teniente de Gobernador Láriz escribe al Virrey Sobremonte sobre la necesidad de un espacio destinado a alojar a los soldados:
“Exmo. Señor
En cumplimiento de la propuesta que hice a Vta. Exa. de que podrían habilitarse para Cuarteles los segundos Patios de los Colegios de los Pueblos donde debía residir la tropa que cubre esta frontera del Uruguay y que V. Excelencia se sirvió aprobar mi pensamiento, en 10 de mayo del año próximo pasado, y sin embargo de que este carecía de segundo patio, he concluido el cuartel en este Pueblo cuyo edificio tiene 68 varas de frente todo de piedra, que he recogido de algunas ruinas de dicho Pueblo, y se ha ejecutado con la mayor solidez, aseo y buen compartimiento. Las ventanas con sus rejas de fierro, sus tameros bien colocados; dos calabozos con sus correspondientes prisiones y contiguas al citado Edificio, dos cocinas bastante capaces, de modo que se hallan en el referido Cuartel”[21].
Esta novedad es confirmada por otra carta que intenta atribuirse el mérito de la misma obra. El 18 de julio de 1806 el Gobernador del Paraguay y de las Misiones Bernardo de Velazco le notifica al Virrey Sobremonte que
“(…) al tiempo de mi visita en el Pueblo de Santo Thomé encontré la tropa acuartelada en un galpón que no tenía un Pié defendido de la intemperie y de las aguas, las armas con este motivo destruidas y soldados con la libertad de vivir y dormir fuera del cuartel, abandonados a una total indisciplina, en vista de todo y ser aquel Pueblo la situación en que deben acuartelarse con mayor ventaja las tropas destinadas al servicio de aquella frontera, determiné la construcción de un Cuartel cuyo punto traté con mi Subdelegado Don José de Laríz dejándole detallada y encargada la obra, bien satisfecho que trataría con igual celo e interés (…) de proporcionar los medios de ejecutarla con el menor costo posible, como lo ha verificado avisándome hallarse dicho cuartel acabado y colocadas en él la Compañía de Corrientes y la del Escuadrón de Yapeyú a sueldo con proporción de buen acomodo para otra Compañía, aunque no he visto dicha obra concluida hallándome enterado del trabajo que allí se ha hecho y dejé detallado”[22]
Como hemos visto, hubo cambios en la antigua traza de los Pueblos Jesuíticos y la arqueología histórica debería hacerse responsable de una nítida diferenciación que permita una experienciación más enriquecedora a los visitantes de las ruinas.

3.Conclusiones

Como dice Kern la complejidad del tema es lo que obliga a analizar mediante innumerables variables interdependientes los vestigios materiales del pasado junto con múltiples informaciones documentales escritas e iconográficas (Kern, 2002: 45). A esta concepción le agregaríamos que para ubicar esa complejidad en su justo punto es necesario poner en valor historiográfico la cuestión de las ruinas de tal manera de poder construir una fenomenología de cada elemento subsistente. Esto es procurar una diferenciación de los múltiples pasados planteando una búsqueda rememorativa de los 200 años de convivencia de la comunidad. Parafraseando a Platón sugerimos realizar la representación presente de cada una de las cosas casi ausentes. Se trata de configurar las imágenes necesarias para que cada visitante tenga una percepción de cada época vivida y no se quede con la primera frase mencionada en este texto sobre que todos los pueblos fueron construidos en un solo día. Actuar, como lo hacen los procesos de restauración actuales, creando elementos como los llamados “muros de ruina”[23] sólo produce una degradación de la memoria y una negación del objetivo esencial para el que debe servir la preservación de las ruinas como un patrimonio cultural de la humanidad.

























Fuentes
AGNA Archivo General de la Nación Argentina
Bibliografía
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AVILÉS y DEL FIERRO, D.G. de, Marqués de. Memoria a su sucesor. In: Sigfrido A. Radaelli (Noticia Preliminar). Memorias de los Virreyes del Río de la Plata. Buenos Aires, Editorial Bajel, p.495-536, 1945 (1801).
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CARDIEL, J. Compendio de la historia del Paraguay. Bs As, FECIC, 1984 (1780).
CARDIEL, J. Las Misiones del Paraguay (Breve relación de las Misiones del Paraguay) Madrid, HISTORIA 16, 1989
DOBLAS, G. de. Memoria sobre la Provincia de Misiones de Indios Guaraníes. En Prólogo y Notas Andrés Carretero. Colección de Obras y Documentos por Pedro de Angelis. Buenos Aires, Plus Ultra, p. 7-187, 1970 (1836) (1785).
FURLONG, G. Cardiel y su Carta Relación (1747). Buenos Aires, Librería del Plata, 1953.
FURLONG, G. José Sanchez Labrador, SJ y su Yerba Mate (1774). Buenos Aires, Librería del Plata, 1960.
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LEVINTON, N. San Ignacio Miní: la identidad arquitectónica. Buenos Aires, Contratiempo Ediciones, 2009.
MALDONADO, E.. La cuna del héroe. Buenos Aires, Talleres J. Peuser, 1920.
MUJICA, J. I.. “Aproximación al trazado de la planta urbana del antiguo pueblo jesuítico de Santo Tomé-Corrientes”. In: II CONGRESO INTERNACIONAL de REHABILITACIÓN del PATRIMONIO ARQUITECTÓNICO y EDIFICACIÓN. Posadas, 1994.
PIFFERETTI, A../ BOLMARO, R.. Estudio y caracterización de argamasa de construcción de la reducción jesuítica Santa Ana, Misiones.
RICOEUR, P. La memoria, la historia, el olvido. Buenos Aires., FCE, 2010 (2000).
TORRE REVELLO, J.. Yapeyú. Buenos Aires, Instituto Nacional Sanmartiniano, 1958 VERA VIERCI, R. “Aspectos constructivos de la iglesia de Trinidad y proceso de destrucción de la misma”. In : En el Cauce del Tiempo…. Asunción, ARQUNA ediciones, p. 103 a 154, 1996.

Notas
[1] España perdió los siete pueblos de las Misiones de Indios Guaraníes ubicados al este del río Uruguay.

[2] Levinton, 2009.

[3] Furlong, 1953: . Cardiel en una Carta de 1747 : “aunque hay piedra en todas partes, toda es arenisca o de fierro, inútil para cal. Para blanquear las paredes hacemos la suficiente de caracoles grandes que en todas partes se hallan algunos. Muélense estos caracoles quemados y se les mezcla agua de cola de cueros blancos y con ella se da un blanqueo lucido a las paredes que por la cola no se pega a la ropa”.

[4]AGNA, Sala IX, 6-9-7 y Sala XIII, 47-3-5.

[5]Furlong, 1960: 28. Sánchez Labrador en 1757:
“Hallándome de Párroco en el Pueblo de los Apóstoles San Pedro y San Pablo (…) andaba yo con deseos de encontrar cal en sus inmediaciones. El fruto de mis diligencias fue que en unos zanjones profundos que habían hecho las corrientes de las lluvias en laderas de collados, se encontraron terrones de Tierra del grandor de huevos, algunos mayores, algunos menores. Los indios les impusieron el nombre de Ybí Morotí, por su blancura. Hice algunas pruebas. Salió bastantemente un buen suplemento de la cal”.


[6] Cardiel, 1989 (1771): 59. .

[7] Cardiel, 1984 (1780): 57.

[8] Doblas, 1970 (1785) :28
[9] Azara, 1793: 19.

[10]AGNA, Sala IX, 30-5-1. San Miguel, 12 de junio de 1793.(extraída de una Calera ubicada en las cercanías del Fuerte de Santa Tecla) (sobre el tema ver AGNA, Sala IX, 5-4-3. 15 de enero de 1791)

[11] Vera Vierci, 1996: 109.

[12] AGNA, Sala IX, 22-8-2. Santo Thomé 1784
Inventario de los bienes comunes
Primeramente cuarenta casas que forman el cuadro de dicha plaza y en ellas colocadas la Casa de Cabildo y dos Cárceles Reales de hombres y de mujeres.
Una Casa para la Escuela de Música con los Instrumentos siguientes: tres arpas, cinco violines, cuatro bajones, cinco chirimías, un clarinete, un fagot

[13] AGNA Sala IX, 22-7-7. Inventario de los Bienes que tiene la Comunidad. Santo Thomé, 17 de junio de 1799

[14] Ibidem., Inventario de Santo Thomé del año 1794

[15] Ibidem. Inventario de Santo Thomé del año 1798.

[16] AGNA, Sala IX, 34-3-2. La Cruz, 1801

[17] Avilés, 1945 (1801): 507 y 508.

[18] AGNA, Sala IX, 18-3-3. Yapeyú, 31 de agosto de 1803. El Cabildo de Yapeyú y su Cura dicen:
“(…) nos hemos propuesto los medios conducentes para re-edificar la Iglesia Parroquial que está por el suelo (…) a cuyo fin tenemos acopiado porción considerable de materiales (…) concurriendo en el Señor Don José de Lariz, Alferez retirado de Caballería del Real Cuerpo de Guardias de Corps los conocimientos de Arquitectura (…) como le nombramos para la dirección de la citada Iglesia “.

[19] AGNA. Biblioteca Nacional 190. Yapeyú: Cuentas del Administrador 1802

[20]AGNA, Sala IX, 18-3-3. Yapeyú, 4 de febrero de 1803. Carta del Teniente de Gobernador José de Láriz al Virrey Don Joaquín del Pino.Posteriormente el Virrey Liniers nombraría un Comandante General de Armas en los Pueblos de Misiones.

[21] AGNA, Sala IX, Legajo 18-3.4. Carta del Teniente Gobernador de Yapeyú José de Láriz al Virrey Marqués de Sobremonte

[22] AGNA, Sala VII, Col. A. Lamas, Legajo 2637.Asunción. Carta de Bernardo de Velazco al Virrey Marqués de Sobremonte.Desde el 12 de septiembre de 1805 Velazco fue nombrado Intendente del Paraguay con agregación de los 30 Pueblos de Misiones.

[23] Designamos como “muro de ruina” a los paramentos levantados mediante el uso de materiales modernos como cal o cemento y que debido al uso de estos materiales se convierten en estructuras autoportantes, una noción totalmente extraña a su concepción original.

domingo, 24 de agosto de 2008

Ponencia Encuentro Restauradores CICOP

San Ignacio Miní: el lenguaje de los muros
Norberto Levinton. Arquitecto y Doctor en Historia
USAL

Introducción

El templo de San Ignacio Miní se estaba construyendo en 1678. Es decir que su fábrica correspondió a una época temprana en lo que respecta a los muros de piedra y las estructuras de madera. Seguramente, su aspecto exterior no sería muy disímil del conocido dibujo de la Iglesia de Candelaria (construído en 1675).
Desde1722 a 1725 el Hermano Coadjutor Joseph Bresanelli, nombrado responsable de la obra, encaró una reforma que le agregó al templo una media naranja de madera. Las mejores tallas de piedra existentes en las ruinas fueron producidas por Brazanelli, de grandes condiciones como escultor, y por los indios de la reducción guiados por él.
Esta ponencia, tiene por objeto de análisis la situación actual de los muros de piedra como identidad propia de un estado particular llamado “ruina”. Con esta denominación, queremos explicitar que los muros “hoy hablan de manera diferente” al discurso o entidad que tenían cuando el templo fue construído o reformado. Cuando estaba el edificio completo los muros funcionaron en conjunto y se equilibraron al actuar como una caja muraria. Eran muros de simple cerramiento y no actuaban como estructura de sostén de la cubierta. Al ser destruído y especialmente al ser incendiado, la estructura de madera independiente se perdió. Pero fundamentalmente todo el edificio perdió su entidad como tal por la falta de cubierta siendo descalzados los muros por los pobladores de los alrededores.
La”ruina” adquirió sus propias reglas de funcionamiento estructural.
La hipótesis de este trabajo es que la metodología de restauración más adecuada no es alterar “el lenguaje de los muros de la ruina” para que hoy puedan autosustentarse. La alternativa que entendemos como la más adecuada, como ya hemos planteado en otro trabajo, es completar la caja muraria distinguiendo el límite, según hemos visto en las intervenciones realizadas en Chiquitos, entre lo original de la ruina con el complemento necesario. El tema es ¿cuál es el lenguaje murario de este complemento necesario? La idea que pretende sustentar este trabajo es que el complemento necesario debe ceñirse al mismo discurso de los muros de la ruina.
Para resolver la posible estructuración de estos muros, afirmamos que es necesario tener bien claro el método con que fueron construídos. En la época en que se construyó el templo los indios y los jesuitas no tenían las herramientas necesarias para fabricar los sillares de piedra. Por ello, es necesario estudiar profundamente la articulación mecánica de la piedra con la mezcla dispuesta en los intersticios. Asimismo, es necesario que esa mezcla sea complementada con los materiales modernos indispensables para que se pueda mantener a la intemperie, una situación no tenida en cuenta por los antiguos constructores.

El lenguaje de los muros

El sacerdote misionero Sánchez Labrador describió la calidad de los tipos de piedras utilizadas en las obras:

“(…) ¿Qué se ha de juzgar de aquellas piedras llamadas de los Guaraníes Itaquí e Itacurú?
Entre las piedras Itaquí hay mucha diversidad en colores y sustancias, bien que todas son areniscas, unas fútiles y muy blandas; otras muy duras y consistentes. Las primeras no son a propósito para edificios de importancia, como se experimentó en la Iglesia del Pueblo de la Trinidad en las Misiones de Guaraníes, cuya media naranja que estribaba sobre semejantes piedras, se vino a plomo una noche. Puédense sí emplear en fábricas humildes y de poca monta, dándole buen grueso a la pared y no excediendo su altura de veinte pies. Si hubiere de exceder, no será la obra segura si no se afianza sobre buenos pilares (horcones) de madera, que mantengan el peso del maderaje y del techo o tejado.
El Itaquí duro se emplea con seguridad en toda obra, y así se hace en las Iglesias en las Doctrinas de Guaraníes, especialmente en la de Jesús y en la de San Cosme y San Damián, y en otras fábricas. Sin embargo, por su gran frialdad, pueden ser nocivos en los edificios que se han de habitar.
Las piedras de Itacurú son también muy diferentes, pero todas se pueden reducir a tres cabezas o suertes: unas piedras Itacurús, están compuestas de un agregado de granillos duros y lisos, unos muy menudos, otros algo más gruesos como garbanzos, poco más o menos, todos chicos y grandes unidos entre sí con un poco de barro o tierra floja. Esta suerte de Itacurú para nada es usual, porque si se pone al agua, en deshaciéndose con ella el barro, que servía de unión a los granos, toda la piedra se deshace, y si se pone al sol o al aire, en evaporándose la humedad del barro, se resquebraja y cada granillo va por su parte. Aunque esté resguardada, como se seca la tierra, el mismo peso de la fábrica la destruye con la presión que los de arriba ejercitan sobre las inferiores.
Otras piedras Itacurús hay algo más sólidas y de granos muy gruesos. Al labrarlas muestran su interior, que parece compuesto de carboncillos. Son buenas para obras bajas y pequeñas, como algunas oficinas; también para cercados de Huertas poniéndoles buena borda. En obras mayores y de importancia hay riesgo de que las paredes se vicien y se abran, como ha sucedido más de una vez que se fabricaron con tales piedras.
La tercera suerte de Itacurú, es piedra de color comúnmente amarillo, aunque se halla también de algo castaño claro y de otros colores. En lo interior muestra más consistencia y tiene unos agujeritos u ojos pequeños, o con cavidades no hondas. Las uniones de estas cavidades son fuertes y entre sí bien trabadas. En algunas partes no se les conoce división alguna. Esta suerte de Itacurú es la más fuerte y se puede emplear en paredes cuya altura exceda poco veinte pies, dándole el grosor competente que según la regla común es la sexta parte de su altura. La obra queda segura, aunque no se le pongan pilares (horcones) y ni estos son necesarios, especialmente en obras que tienen paredes intermedias. (…) En cuanto al tiempo en que se debe cavar y sacarlas piedras de las canteras, convienen los autores que lo mejor es el verano y dejarlas a lo descubierto por dos años enteros, antes de merlas en obra ; si no es que la cantera esté muy conocida y experimentada; que en este caso bastará un año. Así se conocen bien las piedras, porque no todas son igualmente seguras, especialmente hay redondas, las cuales suelen encerrar en sus entrañas partes de materias podridas que los Arquitectos llaman apostemas, que van comunicándose como cáncer y dañando toda la piedra, la cual a su tiempo revienta. Otras tienen huecos y cavidades que no pueden aguantar el peso y finalmente arruinan el edificio”[i].

Por los dichos de este misionero, para conocer el comportamiento mecánico de las piedras había que dejarlas al descubierto por lo menos un año. Además, según el lugar donde había estado ubicada la piedra se habrían generado diversas condiciones para este comportamiento mecánico.
Por otra parte, las malas experiencias de los coadjutores misioneros, mencionadas por Sánchez Labrador, aconsejaban definir con precisión la época en que había sido construído el templo de San Ignacio Miní. La cuestión no era solamente el desconocimiento del comportamiento de las rocas sólo superado por los desplomes sino también la ausencia de herramientas especiales para los trabajos de cantería.
El tema fundamental para nosotros, entonces, era tomar conciencia de las condiciones técnicas de producción de esta obra. El hecho de que pudimos determinar mediante el relevamiento de documentación histórica que la Iglesia había sido construída alrededor de 1678 fue útil para poder explicitar como había sido resuelta, con que medios, la construcción. Pero mucho más preciso, fue la documentación hallada sobre una evaluación estructural realizada sobre los muros del templo por un renombrado arquitecto de la época.
Una carta del Padre Cura de San Ignacio Miní, el Padre Andrés Fernández[ii], al Padre Visitador Contucci, del 25 de enero de 1763, le planteó algunas cuestiones del edificio[iii].

“(…) el otro punto es del Baptisterio. Vino el Hermano Antonio[iv], y habiendo visto la pared de la Iglesia resolvió que no era factible, sin algún peligro. Son piedras desiguales, puestas sin arte ni maestría y la piedra dura, como lo probó el Hermano con un pico, y al romper la pared se ha de atormentar no sin riesgo. El único modo, que discurrió el Hermano, era abrir la pared de arriba abajo; pero aun este le pareció arriesgado, pues los dientes o salidas de las piedras, que quedarían en la abertura, era necesario igualarlos cortando con la misma violencia, y es el mismo peligro y tormento para lo restante de la pared”.

Este documento aporta una información fundamental para cualquier tipo de intervención en la iglesia. Los muros, por su composición y construcción, apenas se soportaban a sí mismos.
El inestable estado del muro cualquiera podría haberlo intuido en la medida que este elemento arquitectónico, en la etapa de las misiones en que fue construído, era considerados como de simple cerramiento. El verdadero sistema estructural estaba conformado por pilares de madera que estaban insertos en una entrante dispuesta en el muro, pero que respondía a las solicitaciones en forma totalmente independiente del mismo.
De esta manera se puede afirmar que el constructor del templo de San Ignacio Miní pensó los muros como partes integrantes de una caja muraria y de ningún modo se preocupó por el funcionamiento independiente de cada tramo del mismo. Por eso mismo al Hermano Forcada, un constructor idóneo, le pareció una resolución temeraria hacer algún cambio sin pensar en agregar primero algún refuerzo importante en el adintelamiento para resolver la comunicación entre la Iglesia y el Baptisterio. El arquitecto aragonés estaba acostumbrado a cortar las piedras como si fueran grandes mampuestos y estas piedras se habían cortado a pico y martillo.
Estamos convencidos de que esta fue la última obra de Forcada (están sus restos en el presbiterio).Pero por lo dicho anteriormente se cuidó de introducir cualquier patología en el edificio respetando la continuidad del muro.
Casi dos siglos después, al encararse la restauración de las ruinas, Buschizzo propuso en la CNMMLH que se solicite a la Dirección General de Arquitectura “(…) la inclusión en su plan de tabajos, de una partida de diez mil pesos para limpiar y recolocar piedras (…) estas obras de desmonte, apuntalamiento y recolocación pueden iniciarse de inmediato”[v].
Este arquitecto sustentó su pedido argumentando que “(…) el avanzado estado de destrucción y la falta de documentos imposibilitan una labor seria (…) quedan aun en el terreno infinidad de piedras talladas que podrían recolocarse, con lo que el conjunto recobraría parcialmente el grandioso aspecto que debió tener. Todo intento de reconstrucción que quisiera sobrepasar la simple conservación de las ruinas, estaría fatalmente destinado a caer en el dominio de la inventiva”[vi].
¿Qué fue lo más negativo de este discurso? Por un lado la utilización de las piedras caídas sin ningún estudio de las mismas. Por otro lado, la aseveración de que era imposible emplear algún tipo de metodología que pudiera pasar por una anastilosis como técnica de reintegración de las piezas halladas al muro.
Posteriormente, se contrató al Arquitecto Carlos Onetto, entre 1941 y 1948, para la restauración de las ruinas. Este profesional intervino en el templo y explicó que

“(…) las piedras de las paredes volcadas han sido seleccionadas separando las que tienen talla y ubicándolas ordenadamente en dirección a los lugares de donde se las extrajo, con miras a su posible recolocación”[vii]

El comentario era coherente con las normas internacionales sobre intervenciones en edificios patrimoniales pero, al leerlo me dejó un interrogante. Onetto, ¿sólo se dedicó a las piedras talladas o también hizo el intento de reintegrar las piedras sin talla? Recuerde el amable lector de esta ponencia que se trataba de un templo cuyos muros tenían mayoría de piedras sin talla y que las piedras talladas, correspondían al trabajo del Coadjutor Brezanelli realizado 40 años después de la construcción del templo.
El mismo Onetto dice que

“(…) en San Ignacio se han empleado dos tipos de piedra de la región: la tacurú, conglomerado sumamente poroso que no admite talla, y la arenisca rojo-amarillenta de poca dureza y fácil de trabajar. Esta última ha sido usada en la construcción de la iglesia cuya fachada principal esta profusamente decorada”.

Propongamos la hipótesis de que Onetto sólo hizo una experiencia parcial de anastilosis de las piedras con alguna talla. Esta posible acción se torna más verídica cuando leemos del mismo autor sobre las piedras

“(…) el empleo que se ha hecho de este material es un tanto primitivo pues no se ha observado la más elemental norma para la construcción en mampostería, que exige la conveniente trabazón de sus piezas. Las coincidencias de juntas son numerosas y a ello se debe en gran parte –aunque también al sistema constructivo- los derrumbamientos y desplomes”.

Esta caracterización, que se relaciona con la parte sin tallar, plantea una verdadera descripción de lo que encontró este arquitecto cuando empezó la restauración. Es decir, que la fragilidad de los muros pudo haber creado las condiciones para que el lenguaje de la ruina tuviera una identidad ajena al edificio del siglo XVII.
Después de la intervención de Onetto pasó un largo tiempo sin producirse prácticamente ningún tipo de resguardo, llámese mantenimiento, importante.
En 1971 hubo un desplome en un sector de las paredes laterales de la iglesia. El informe es revelador, dice que

“(…) debido al gran fraccionamiento de las piedras, sobre el lado del desplome, se lograría sólo la obtención del 40% del material para reubicar”[viii].

Es decir, si tomamos este suceso como una comprobación de lo ocurrido históricamente con los desplomes de los muros en la gran mayoría de los sectores concluimos que fue imposible implementar una verdadera anastilosis.
Pero pasemos a otra hipótesis que proviene de leer atentamente el informe sobre tipos de piedras del jesuita Sánchez Labrador. Me refiero a la cuestión de que para conocer el comportamiento mecánico de una piedra, distinguir de que tipo de material se trataba, había que estudiarla dejándola a la vista por lo menos un año. La idea hipotética al respecto sería que hubo cierta confusión y que las piedras fueron reubicadas sin respetar la situación original.. Al respecto, un informe de 1988 expresa que las piedras areniscas e itacurú

“(…) presentan fisuras y muestras evidentes de desgastes”[ix].

El autor lo atribuye a efectos de erosión. Algo similar ocurre con otro informe posterior que, en este caso, le tira la culpa a las “grandes lluvias”.

“(…) esta zona ha sido afectada por grandes lluvias lo que ocasionó un gradual aceleramiento en el proceso de resquebrajamiento de las paredes más altas como son las del templo jesuítico”[x].

¿En vez de la lluvia y el viento pudo haber incidido la ubicación errónea?
La falta de verdadero conocimiento de lo que le pasaba a las piedras continuo parsimoniosamente hasta que en 1996 se produjo la visita de un experto español quien atribuyó los problemas de los muros a la falta de material intersticial. Después de 233 años volvíamos a contar con el reconocimiento del lenguaje de las piedras. El especialista explica

“(…) la resistencia mecánica es, en general, muy baja, sobre todo a la flexión y tracción, tal como se deduce de la frecuente fragmentación de sillares por microasientos diferenciales”.

Considera que esto sucede debido a que

“(…) la pérdida de argamasa entre sillares es casi completa”.

Más claramente,

“(…) la desaparición de esta capa plástica que acolcha y acomoda las piezas provoca la concentración de esfuerzos en pequeñas superficies. La baja resistencia mecánica de la roca lleva a la relajación de las tensiones por fracturación de la pieza”.

Es decir, que sí era importante la ubicación de cada piedra y que evidentemente al reconstruir el muro no se habían recuperado de ninguna manera las condiciones del siglo XVIII. Pensamos que al quitarse la maleza de las juntas también se retiró gran parte de la argamasa.
El propio Onetto había afirmado que

“(…) todos los edificios fueron construídos con muros de piedras asentadas en barro”.

Esto, como veremos, fue una cuestión atendida por Onetto, pero eso no alcanzó a resolver el problema.
Esto lo sabemos porque en otro estudio posterior se dictamina que

“(…) Se observan dos zonas parcialmente diferenciales:
-La inferior, que es la original, presenta una conformación de mampuestos de caras paralelas y alisadas con poca argamasa de asiento y poco porcentaje de cuñas entre sus piedras.
-La superior, en cambio, muestra una anastilosis resuelta con criterio distinto al antes mencionado, con mampuestos de caras no paralelas y superficies de contacto no alisadas, por lo que, para su montaje, se requirió mayor cantidad de cuñas y argamasa”[xi].

Evidentemente, en lo que pareciera es original había un lenguaje de las piedras y en lo que había sido compuesto por anastilosis había otro.
Pero además, este último informe certifica la complejidad que subyacía en la restauración del templo de San Ignacio Miní. Agrega que

“(…) en la parte inferior del muro, donde no se ha realizado anastilosis, se observó un comportamiento distinto entre las piedras pertenecientes a la cara interior y las pertenecientes a la cara exterior del Templo Mayor”.

El autor, por sus dichos en estas últimas frases, sin saberlo puso en valor las diferencias existentes en la construcción de 1678 con respecto a la reforma, cuando intervino el escultor Brezanelli, en el período 1722-1725.
Para la misma época, entraba en acción el Ingeniero Cardoni[xii] como restaurador de los muros del templo. Las hipótesis planteadas por este profesional fueron coherentes con la resolución final del sector murario donde intervino. Desde su punto de vista el muro había actuado históricamente como una unidad con coherencia estructural. Algo totalmente erróneo porque el muro, como lo hemos demostrado citando el veredicto del Coadjutor Arquitecto Antonio Forcada de 1763, nunca actuó de esa manera. Desde la época jesuítica estaba en peligro de desplome por la irregularidad de las piezas, la falta de sincronización de las juntas y la utilización de una argamasa de carácter orgánico y por lo tanto perecible.
Cardoni se equivocó porque no entendió el lenguaje del muro. En su propuesta dice que
“(…) desde su estado original, de muro compacto, trabajando a compresión centrada y con buena ligazón entre piezas, y lo que hoy se observa, un muro conformado por piedras sobre piedras”.

Por eso la solución era aplicar una tecnología de similares características que las del Acueducto de Segovia:

“(…) de esa forma, se estabilizarán las piedras, se estabilizarán los muros, dejándolos trabajar nuevamente como un conjunto”.

Su intervención puede distinguirse rápidamente cuando se recorre el templo. El sector de muro, lamentablemente, parece una construcción de ladrillo a la vista armado.
El siguiente ejecutor contratado por la CNMMLH fue el Arquitecto Marcelo L. Madagán, representante de una entidad norteamericana llamada World Monuments Fund.
Su intervención en el muro del lateral opuesto incluyó el portal de las Sirenas. El concepto fundamental para la implementación del trabajo puede sintetizarse en las siguientes consideraciones:

“(…)A efectos de definir los criterios de intervención a adoptar, fue necesario indagar si habría de trabajarse sobre muros jesuíticos o si estos eran producto de la intervención realizada por Onetto en la década de 1940. A partir de la información histórica disponible se precisó que gran parte del muro este de la nave, jambas del portal incluídos, son originales. No así el dintel del portal, del que sólo se conservaba la placa decorada (…) lo que resulta claro –los documentos fotográficos son contundentes- es que el muro y las vigas del dintel propiamente dicho son el resultado de la obra de Onetto. La excepción la constituye la placa decorada y las jambas del portal que si son originales. Ahora bien, en la discusión del criterio a adoptar se tuvieron en cuenta los siguientes factores:
-No se tenían datos de cómo estaba constituído originalmente el portal, ni registros documentales de la situación encontrada por Onetto.
-La intervención de Onetto da cuenta de un modo de abordar la conservación de sitios en el país y en la región en un momento histórico dado (los cuarentas).
-No se tenían indicios que dieran cuenta de que Onetto no hubiera respetado las evidencias encontradas al momento de intervenir.
En consecuencia, teniendo en cuenta la autenticidad e integridad de la obra, se optó por respetar:
-Lo original, en todo aquello que, de acuerdo a la documentación de que disponíamos, había en la estructura de la época jesuítico-guaraní.
-Y la obra de Onetto, en cuanto a los elementos “aportados” en su intervención”[xiii].


Primeramente, es evidente que Madagán lo único que consideró fue la obra de Onetto. ¿Por qué decimos que es evidente? En el Informe Final, del cual se extrajeron los textos mencionados, no hay ninguna documentación del siglo XVII. Tampoco Madagán pudo realmente aseverar que era lo realmente “original” refiriéndose al estado en que recibió los muros. El mismo afirma que no había registros fotográficos de cómo Onetto encontró los muros.
O sea, que Madagán simplemente se basó en lo que encontró.
La pregunta es ¿era posible aplicar un criterio diferente de intervención?
Mi idea es que esto era posible en la medida que se investigara profundamente la documentación de la época jesuítica, se buscaran todos los registros fotográficos posibles del estado de los muros anterior a la intervención de Onetto y finalmente se revisarán todos los informes técnicos realizados desde la década del treinta hasta ahora.

Conclusiones

La CNMMLH tiene una grave y pesada responsabilidad en sus manos. Tenemos la esperanza que en algún momento la dirijan profesionales realmente comprometidos con el resguardo del patrimonio.
Los resultados de las intervenciones realizadas hasta ahora en San Ignacio Miní revelan la inexistencia de investigaciones históricas (de archivo e historiográficas) lo suficientemente importantes como para sustentar los criterios de intervención. La decodificación del lenguaje de las piedras todavía es una tarea inacabada.
Un avance ha sido la concreción de un archivo específico de todo lo implementado con las ruinas. Este material, organizado por quien les habla, constituye una verdadera memoria de todo lo que se hizo, bien o mal, y deberá ser tenido en cuenta para cualquier realización con cierta seriedad.

[i] Sánchez Labrador, Joseph. El Paraguay Natural., 1772. En Furlong, Guillermo. Artesanos Argentinos bajo la dominación Hispánica. Buenos Aires, Huarpes, 1946, págs. 233 a 236.
[ii] AGNA, Sala IX, 6-10-6. Compañía de Jesús.

[iii]El documento fue mencionado por el Arquitecto Onetto. Onetto, Carlos Luis. San Ignacio Miní, un testimonio que debe perdurar. Buenos Aires, Dirección Nacional de Arquitectura, 1999, pág. 68.

[iv] Hermano Coadjutor Arquitecto Antonio Forcada. Nació en Nuez del Ebro, Zaragoza, España; el 22 de marzo de 1701. Hasta 1744 trabajó en varias obras importantes de los jesuitas de Aragón como las iglesias de Calatayud, Alagón y Tarazona. En la Provincia del Paraguay hizo el proyecto para el Colegio de Montevideo, intervino en el Colegio de Santa Fe, en el Colegio Máximo y en las estancias de Alta Gracia, Jesús María y Santa Catalina de Córdoba, en el templo para el Colegio de Corrientes y en las Iglesias y Colegios de San Cosme y San Damián y Jesús del Tavarangue. Falleció en San Ignacio Miní el 30 de junio de 1767. Allí descansan sus restos.

[v] Buschizzo, Mario J. Nota al Presidente de la CNMMLH. 20 de septiembre de 1938.

[vi] Buschiazzo, Mario J. Nota al Presidente de la CNMMLH. 24 de abril de 1939.

[vii] Onetto, Carlos Luis. Las ruinas de San Ignacio Miní. En Revista de Arquitectura. Año XXIX, N° 283, Julio de 1944, págs. 315 y 316.

[viii] Informe del Arquitecto Miguel F. Villar, Jefe del Distrito Noreste. Corrientes, 12 de noviembre de 1971.Visado en la Oficina Técnica de la CNMMLH, por los arquitectos Jorge J. B. López y Ricardo J. Conord, y presentado al Presidente de la institución Leonidas de Vedia el 26 de enero de 1972.

[ix] Informe del Arquitecto Francisco Eduardo Meza, Director del Distrito Noreste, a Secretaria General de la CNMMLH Arquitecta Marisa Orueta. 15 de septiembre de 1988.

[x] Carta de Mario Martínez, Encargado de las Ruinas Jesuíticas de San Ignacio, a la Arquitecta Marisa Orueta, Secretaria General de la CNMMLH. 10 de octubre de 1990.

[xi] Instituto del Cemento Pórtland Argentino. 29 de octubre de 1998. Templo/ Muro Piloto/ Estudio de Fisuras.

[xii] Cardoni, Juan María. Informe técnico-Rescate estructural San Ignacio y varios. 28 de febrero de 1997.

[xiii] World Monuments Fund. Misión Jesuítico-Guaraní de San Ignacio Miní. Restauración del Portal Lateral Este del Templo. Informe Final. Febrero de 2005, pág. 11.

viernes, 4 de abril de 2008

La restauración como problema historiográfico

La restauración de los muros de la Iglesia de San Ignacio Miní: una cuestión historiográfica
Arquitecto y Doctor Norberto Levinton

Introducción

¿Qué es restaurar? Según un diccionario
[i] la palabra proviene del latín restaurare que quiere decir recuperar, recobrar, reparar, renovar o volver a poner una cosa en el estado que tenía.
Es evidente que a partir de esta definición se abre un gran abanico con respecto a la interpretación del significado de las palabras utilizadas para explicar el concepto. Esto se observa claramente en los términos utilizados actualmente en el campo de la restauración. Es posible discutir sobre el concepto sustentante de una intervención sin terminar de ponerse de acuerdo sobre los límites de lo que se entiende por conservación de un monumento o por restauración propiamente dicha
[ii].
Es que en la idea de conservación aparece la problemática del paso del tiempo y en función de ello se hace necesario decidir, entre otras cosas, acerca de si se deben dejar o no las trazas de las épocas posteriores a la construcción del edificio.
Con respecto a la decisión de restaurar la cuestión es aún más compleja porque esta incluye una esencial determinación de cómo encarar la relación de los actuales y los futuros usuarios con el tiempo creador del edificio y con un entorno que indefectiblemente ha sido modificado.
Es decir que se podrían haber planteado infinidad de criterios y de propuestas de intervención en la problemática del templo de San Ignacio Miní.
El objeto de este trabajo es proponer una postura basada centralmente en la documentación histórica como la conductora de las intervenciones. La idea sustentante es que “articular históricamente el pasado no significa conocerlo como verdaderamente ha sido. Significa adueñarse de un recuerdo tal como este relampaguea en un instante de peligro”
[iii]. Intentaremos explicar la puesta en práctica de este concepto a través del análisis de la historia de las intervenciones en el templo.
No se trata de críticar a otras posturas sobre el tema, en la medida que se hayan atenido a las reglas del arte configuradas internacionalmente, sino simplemente esbozar una idea acerca de lo que, según nuestra propuesta, debería ser la interacción del usuario con el edificio misional.

La investigación histórica como principal elemento sustentante de la restauración

Una carta del Padre Cura de San Ignacio Miní, el Padre Andrés Fernández
[iv], al Padre Visitador Contucci del 25 de enero de 1763 le plantea algunas cuestiones, al que hacía las veces de Provincial, sobre el templo del Pueblo[v].

“(…)…el otro punto es del Baptisterio. Vino el Hermano Antonio
[vi], y habiendo visto la pared de la Iglesia resolvió que no era factible, sin algún peligro. Son piedras desiguales, puestas sin arte ni maestría y la piedra dura, como lo probó el Hermano con un pico, y al romper la pared se ha de atormentar no sin riesgo. El único modo, que discurrió el Hermano, era abrir la pared de arriba abajo; pero aun este le pareció arriesgado, pues los dientes o salidas de las piedras, que quedarían en la abertura, era necesario igualarlos cortando con la misma violencia, y es el mismo peligro y tormento para lo restante de la pared…”.

Este documento aporta una información fundamental para cualquier tipo de intervención en la iglesia. Los muros, por su composición y construcción, apenas se soportaban a sí mismos.
El inestable estado del muro cualquiera podría haberlo intuido en la medida que este elemento arquitectónico, en la etapa arquitectónica de las misiones en que fue construído, era considerados como de simple cerramiento. El verdadero sistema estructural estaba conformado por pilares de madera que estaban insertos en una entrante dispuesta en el muro, pero que respondía a las solicitaciones en forma totalmente independiente del mismo.
De esta manera se puede afirmar que el constructor del templo de San Ignacio Miní, obra de principios del siglo XVIII y aun sin ejecutor determinado, pensó los muros como integrantes de una caja muraria y de ningún modo se preocupó por el funcionamiento independiente de cada tramo del mismo. Por eso mismo al Hermano Forcada, un constructor idóneo, le pareció una resolución temeraria hacer algún cambio sin pensar en agregar primero algún refuerzo importante en el adintelamiento para resolver la comunicación entre la Iglesia y el Baptisterio. El arquitecto aragonés estaba acostumbrado a cortar las piedras como si fueran grandes mampuestos
[vii].
Estamos convencidos de que esta fue la última obra de Forcada (están sus restos en el presbiterio).Pero por lo dicho anteriormente se cuidó de cualquier patología en el edificio asegurando la continuidad del muro.
Ahora, desde la posición de “adueñarse del recuerdo tal como este relampaguea en un instante de peligro”, ¿de que manera repercute el conocimiento o desconocimiento del alcance de este documento en la propuesta de intervención?.
Vamos a analizar el estado de las ruinas antes que comenzaran las intervenciones más importantes así como intentaremos poner en valor la relación del tratamiento que se le hizo a los muros, teniendo nosotros a la vista el documento citado, con la necesaria ejecución de la escalera del templo, una propuesta anteriormente en la CNMMLH.

Después de la expulsión de la Compañía de Jesús los pueblos misionales entraron en un agudo proceso de decadencia. Los edificios se fueron deteriorando porque los indios que eran idóneos en construcción huyeron o se murieron y la organización dispuesta por el gobierno colonial no se preocupó lo suficiente para formar nuevos técnicos.
En los primeros años del proceso de decadencia se contrataron Maestros de Obras pero cuando se llegó al estado de quebranto económico no hubo quien se encargara de componer los problemas constructivos o de mantenimiento que fueron apareciendo.
Una vez iniciado el proceso de formación de la nación Argentina en 1810 los pueblos misioneros se encolumnaron bajo las órdenes de Artigas y estuvieron permanentemente en situación de guerra, támpoco hubo oportunidad para dedicarse a los edificios.
Después de la derrota de Artigas y de su exilio en 1820 el vacío de poder y la escasa organización de los sobrevivientes incentivó a los paraguayos para apoderarse del camino que podía servirles para pasar sus mercaderías desde Itapua hasta San Borja. Con este propósito procuraron la destrucción de los pueblos incendiando todos los edificios y ahuyentando a los que continuaban habitándolos.
Hasta el final de la guerra de la Triple Alianza la zona fue un territorio de transhumantes dedicados fundamentalmente a explotar subrepticiamente los yerbales que habían configurado los indios de las misiones.
Por supuesto que nadie se preocupó por el estado de los edificios de los pueblos salvo para buscar supuestos tesoros de los jesuitas o para usar las piedras, como los paraguayos en la llamada Trinchera de San José (luego Posadas).
Desde que la Argentina ocupó nuevamente la zona la Provincia de Corrientes la consideró como un Departamento de su territorio y el único interés del momento fue la venta de las tierras. Los edificios de los pueblos misioneros se fueron desintegrando por el hurto de las tejas y el uso de las piedras para la construcción de las viviendas de los interesados en los yerbales.
Después de la declaración de un sector del territorio misionero (legalmente correntino) como Territorio Nacional de Misiones, en 1882, la necesidad de crear asentamientos para los colonos significó la utilización de los cascos de los antiguos pueblos y empezaron a quitarse los malezales que rodeaban las ruinas de los edificios misionales.

Las características de los edificios y fundamentalmente por las historias tejidas en torno de la relación entre los misioneros y los indios llamaron la atención de científicos de la talla de Ambrosetti
[viii]. A manera de testigo del estado de los muros el mismo estuvo en San Ignacio Miní en 1894 y reseña que

“(…)…mirando al norte se hallan las ruinas del grandioso templo de San Ignacio, todo edificado en piedra labrada y de cuyo frente aparecen aun en pie tres grandes trozos, los únicos que se han salvado de los destrozos del tiempo y de los hombres. El atrio de la iglesia con su concha se ha derrumbado y yace en el suelo delante de las paredes aun en pie. La escalinata que daba acceso al templo se halla cubierta de escombros y vegetación; sobre ella aun se ve una loza fúnebre con la siguiente inscripción: P.P. Enrique Cordule
[ix], septiembre 1727…(…)…según se ve, en las paredes del frente no usaron las piedras cúbicas, como en algunas otras iglesias, sino emplearon las piedras chatas de poco espesor y de tamaño variable, que fueron colocando, calzándolas con pequeños fragmentos de otras para que nivelasen su talla irregular. Esto quizás ha contribuído a que su consevación no haya sido tan duradera; puesto que las paredes así hechas ofrecen mayores resquicios por donde las plantas puedan arraigar ejerciendo mayor presión con sus robustas raíces, en el interior de ellos y por lo tanto mayor movimiento en la pared.
Al edificar el frente, del modo indicado, han embutido piedras talladas de antemano que representaban varias figuras …(…)…la entrada principal del templo se conoce que fue amplia flanqueada por columnas dos a cada lado, que sobresalían de la pared
[x].Estas columnas cuyos chapiteles tienen algo de corintio, pero con un carácter indio muy marcado, sostenían los extremos de una especie de concha que ocupaba la parte superior de la puerta.Esta concha que debió tener la forma de un sombrero napolitano terminaba sobre la mitad de la columna externa, en donde se elevaba una gran perilla de piedra. Sobre esta concha, a juzgar por los restos que quedan, se destacaban de la pared otros adornos …(…)…el interior de la iglesia es grandioso, las paredes laterales son todas de piedras cúbicas y de gran tamaño, colocadas con bastante prolijidad…”.

Al respecto de la vinculación de estos párrafos con el documento histórico citado lo más importante es, según los dichos de Ambrosetti, la imposibilidad de autosostenimiento de los muros por la elección de los materiales y el método constructivo elegido.
También uno de los agrimensores contratados para el trazado de las colonias de inmigrantes, llamado Juan Queirel
[xi], se interesó por las ruinas, hizo algunos dibujos y sacó fotos de las mismas.
En uno de sus textos dice:

“(…)…la iglesia…(…)…cuyo imponente frontispicio en ruinas se columbra por el follaje al Sud de la plaza, está por lo tanto mirando al norte,…(…)…mide entre paredes 63 metros por 30 y era por consiguiente una enorme iglesia…(…)…delante había varias gradas para descender al nivel de la calle
[xii]…(…)… los muros, aun en pie, han sido contraidos con la piedra arenisca amarillorojiza que aquí tanto abunda, hallada en trozos cúbicos y en lajas, entre los cuales no se ve más cemento que el barro arenoso común del lugar y donde las junturas han sido salido perfectas; por la talla irregular de las piedras estas han sido calzadas por medio de piedritas chatas y finas.- Sobre la piedra se aplicaba una capa de revoque amarillo de tierra de Misiones y dicho revoque, que era blanqueado con cal, que por cierto no provenía de Misiones, donde aun no se ha encintrado yacimientos de piedra calcárea…(…)…su pared Oeste no presenta más abertura que una puerta al fondo para dar acceso a una pieza que tenía en comunicación la iglesia la iglesia con el cementerio.- En esa pared se ven de 5 en 5 metros unos canales o huecos verticales que fueron ocupados por vigas o columnas de madera en las que se apoyaba el armazón del techo

Asimismo llamó la atención sobre el método constructivo implementado por los misioneros y los indios, coincidiendo en sus apreciaciones con lo expresado en el documento. Se trataba de piedras irregulares calzadas con piedritas chatas y finas.

Las intervenciones en San Ignacio Miní comenzaron a tratarse conjuntamente con la formación de la Comisión Nacional de Museos, Monumentos y Lugares Históricos
[xiii].
La cuestión es que el desconocimiento de la contextura de los muros del templo fue determinante para adoptar proyectos de intervención que, desde nuestro punto de vista, eran inapropiados.
El muro, al incendiarse el templo, quedó desprotegido del techo de madera y expuesto a la acción de la intemperie. De esa manera se fueron limpiando los intersticios entre las piedras perdiéndose los elementos pequeños que evitaban el movimientos de las piedras más importantes.
Para colmo, el retiro de piedras para múltiples construcciones destruyó la continuidad de la caja muraria creando una fisonomía perniciosa para los trozos de muros que quedaban. Cada uno de ellos al independizarse debería haberse adaptado al comportamiento de una estructura autoportante, lo que era imposible por las características originales del muro explicadas claramente por el documento citado.

En 1938 Buschiazzo recorre San Ignacio y con respecto al templo se manifiesta preocupado por el saqueo de las piedras y por

“(…)…el segundo enemigo, tan terrible como el anterior, es el bosque que todo lo invade, al extremo de que en uno de los muros del templo, a unos doce metros de altura, ha crecido un enorme ibapohy o higuerón, cuyas raíces penetran entre las juntas, amenazando derribar en breve el trozo más grande que aun resta de la fachada…(…)…es realmente asombroso ver como, en aquellas alturas, donde no hay tierra ni agua, crece tan desmesurado árbol…”.

Según lo que dice la descripción, desde nuestro punto de vista, se hace evidente el hecho de la descomposición de los intersticios de los muros y la consecuencia de la acción continua del viento transportando tierra y depositándola de tal manera que favoreció el crecimiento de plantas no sólo en los muros de San Ignacio sino también en las ruinas de las otras reducciones.
La conclusión de Buschiazzo
[xiv] al terminar su visita fue que

“(…)…sin perjuicio de que algún día se inicien obras de restauración definitivas, como lo dispone un decreto del Superior Gobierno, estimo que urge limpiar y desbrozar de malezas y árboles, recolocando las piedras caídas, y apuntalando las portadas tambaleantes. Se trata de una tarea preliminar relativamente fácil, que puede ejecutarse con simples peones bajo una dirección hábil, y para lo cual correspondería aprovechar los servicios de la Dirección General de Arquitectura…”.

El criterio expuesto, el que subsistió hasta nuestros días, recargó a los trozos de muros con los agregados de piedras. Además la limpieza de los túmulos, dejando a los muros sin el basamento que le daba la altura de los mismos, dejó a los muros librados a su destino y expuestos a un pandeo crónico.
Al año siguiente, en otro informe a la CNMMLH, Buschiazzo afirma

“(…)…no creo en la posibilidad de restaurar totalmente dicha misión, porque el avanzado estado de destrucción y la falta de documentos imposibilitan una labor seria, pero creo en cambio que debe procederse con toda premura a desbrozar el terreno y aun los propios muros subsistentes, de la maleza y bosque que todo lo invade, de modo de conservar el conjunto en su estado de “ruinas en buenas condiciones”, aunque esto parezca una paradoja. Quedan aun en el terreno infinidad de piedras talladas que podrían recolocarse, con lo que el conjunto recobraría parcialmente el grandioso aspecto que debió tener. Todo intento de reconstrucción que quisiera sobrepasar la simple conservación de las ruinas, estaría fatalmente destinado a caer en el dominio de la inventiva, aparte de que insumiría cantidades siderales de dinero. En cambio, la recolocación de las piedras caídas y la limpieza del terreno es una tarea relativamente simple y poco costosa, que podría iniciarse de inmediato, sin perjuicio de las ulteriores medidas que adoptase la comisión…”.

La más importante intervención realizada en San Ignacio Miní empezaría en 1940 a cargo del Arquitecto Cordes.
Al renunciar este en 1941 se hizo cargo de los trabajos el Arquitecto Onetto.
En un acta de entrega de las ruinas a la CNMMLH del 20 de marzo de 1943 figura que la fachada de la iglesia está destruída “quedan los pies derechos de los portales; las paredes que miran hacia los rumbos Este y Oeste miden 5 metros de alto cada una; el ábside y sacristía tienen una altura de 4 a 5 metros”
[xv].
Se había iniciado lo que se pensaba era una política de conservación. En realidad era una restauración
[xvi] encubierta, sin la absoluta consciencia de los propios autores, porque los trozos de muros funcionarían estructuralmente en forma totalmente diferente a como habían sido diseñados.
Onetto
[xvii] describe el proceso de intervención en los muros y explica

“(…)…los muros estaban en gran parte cubiertos por una variadísima vegetación, helechos y lianas, cuya extracción no cesó durante la ejecución de la obra, porque su reaparición en las partes donde se había hecho la limpieza, era constante…”.

El ñaú que estaba en los intersticios y había servido como mezcla plástica de asiento de las piedras, por acción de las lluvias se había convertido en un receptáculo para el crecimiento de las plantas. La extracción de las mismas significó la pérdida de su aporte estructural siendo sustituído el relleno de los intersticios por otros materiales más rígidos. Las malezas y hasta el higuerón mencionado por Buschiazzo mecánicamente actuaban a la tracción y protegían a los elementos más pequeños ubicados en los intersticios que ayudaban a evitar los movimientos de las piedras y a transmitir los esfuerzos de compresión.
Los muros que estaban desplomados no se desarmaron. La fachada principal de la iglesia

“(…)…fue restaurada parcialmente por anastilosis, es decir: desarme y reposición hasta los entablamentos. El muro situado a la izquierda de la entrada principal, que es el que se había mantenido en pie con mayor altura, aunque muy afectado por las raíces que habían penetrado por las juntas, tuvo que ser desarmado en su parte más alta, y consolidado internamente con coladas de suelo cemento…”
[xviii].

Un informe de 1948 confirma que los

“(…)…trabajos de restauración se encuentran prácticamente terminados. Se han eliminado los árboles y la maraña con que la selva había cubierto las ruinas…(…)…todo lo que resta de las construcciones originarias ha sido restaurado, a veces desmontando y volviendo a colocar en el lugar debido los materiales que formaron los muros…(…)…hay en profusión lugares que exhiben un trabajo artístico extraordinario interesante, especialmente en los restos de la iglesia…(…)…todos estos recintos conservan sus muros casi totalmente en la altura originaria…”
[xix].

A partir de este momento los muros pasaron a comportarse como muros restaurados, lo que significó la concatenación de cíclicos desmoronamientos. Este proceso de deterioro de lo genuino del muro fue analizado por diversos especialistas.

Uno de los más importantes desplazamientos del muro ocurrió en 1970.Un plano muestra el desplomo de trozos de paredes de la iglesia (planta, vistas, cortes) en el lateral que continua desde el baptisterio hasta la sacristía.
El gobierno provincial
[xx] le comunicó a la CNMMLH:

“(…)…los trabajos que se están efectuando en las Ruinas Jesuíticas de San Ignacio, en esta Pprovincia, se han constituído en un motivo de grave preocupación para el Gobierno a mi cargo…(…)…no se debe, Señor Presidente, substituir –para citar sólo un ejemplo- muros que los jesuítas levantaron sin argamasa, por otros cementados…”.

Al respecto estaba encargado de los trabajos el Arquitecto Miguel F. Villar
[xxi], responsable del Distrito Noreste de la Dirección Nacional de Arquitectura. Este funcionario en dos cartas le explicitó al Presidente de la CNMMLH el fundamento de la solución adoptada:

“(…)…el muy avanzado estado de ruina o deterioro de este emplazamiento jesuítico cuando se resolvió su conservación, la falta de cimiento en los grandes muros y la naturaleza muy endeble de la piedra utilizada en la obra original, motivaron difíciles alternativas que fueron resueltas con prudencia, ejecutando la obra necesaria para conservar la autenticidad y verdad del trabajo del indígena...(...)...en la nota del Sr. Gobernador se dice que no se debe sustituir muros que los Jesuítas levantaron sin argamasa, por otros cementados. La crítica se refiere a los primeros trabajos hechos para reconstruir el frente de la iglesia, la pared posterior de la misma, parte del baptisterio y la puerta de la sacristía. Esas obras se hicieron hace ya muchos años y permitieron evitar el derrumbe definitivo de esos importantes y apreciados sectores, ubicando también en el caso de la Iglesia los elementos arquitectónicos y decorativos que habían caído, incluyendo la imagen de un ángel. Como no se pudo continuar con esa reconstrucción por falta de localización de elementos destruídos, las piedras talladas correspondientes al sector, están ubicadas y clasificadas en el suelo frente a los muros a los que pertenecieron…”.

Primeramente, dice, se pensó en desmontar las paredes y volverlas a reconstruir (de alguna manera era la repetición del procedimiento realizado por Onetto) pero agregando estructuras resistentes ocultas, lo que fue aprobado por la CNMMLH. Posteriormente, dudando de materializar la alternativa propuesta, se implementó una estructura auxiliar de apuntalamiento mediante cables de acero y tirantes de hierro debido a la supuesta flaqueza de las piedras. Es decir que lo que se había concebido como la mejor manera de obtener, por lo menos, una leve imagen de la experiencia del espacio misional, se convirtió en un muestrario de los materiales más contemporáneos.
La nota final justificativa de lo hecho, producida por la Dirección Nacional de Arquitectura
[xxii], expresa:

“(…)…debido al gran fraccionamiento de las piedras, sobre el lado del desplome, se lograría sólo la obtención del 40% del material para reubicar.
2-En vista de este resultado, y para no afectar dentro de lo razonable el trabajo auténtico del indígena, se efectuó como solución temporaria –y mientras no se convenga con esta Comisión otro trabajo de carácter permanente- una contención del progreso del desplome, mediante cables de acero anclados al Patio de los Padres y fijados a los muros mediante tirantes de hierro …”.

Es decir que para respetar el supuesto trabajo genuino de los indios se dispuso una parafernalia de elementos totalmente ajenos a la época misional.
La siguiente oportunidad fue en 1983. Se había conformado un cuerpo técnico integrado por los Arquitectos Carlos Luis Onetto, Eduardo Ellis y el Señor Gustavo Maggi, un experto conocedor de la zona.
La CNMMLH
[xxiii] estableció que el principal problema de los muros del templo de San Ignacio era el deterioro causado por la falta de una debida protección a la acción de la naturaleza. Por eso se le pidió al Dr. Roberto Ruhstaller, del Museo de Ciencias Naturales, que estudiase el tema del comportamiento de los materiales. El resultado fue el envío de la consulta a la firma Química Hoescht de Alemania. Por primera vez se había tomado consciencia que el muro estaba trabajando diferente a su condición original antes del incendio. Pero cada vez se estaba más lejos del genuino trabajo de los indios y de encontrar una solución para los muros.
El informe técnico de Ruhstaller menciona tres materiales utilizados por los jesuítas y los indios. El ita-tacurú o hierro de los pantanos, la arenisca y como argamasa el Ñauí, un material arcilloso de alta plasticidad. Es importante destacar que todos estos materiales ya habían sido descriptos por el Padre Sánchez Labrador, un jesuíta partícipe de la experiencia misional, en su obra escrita en la segunda mitad del siglo XVIII.
En 1988, los plazos se estaban acortando –los muros continuaban derrumbándose-, se encargó otro estudio sobre el material pétreo. La autora, la Dra. A. Elena Charola
[xxiv], afirmó que

“(…)…la piedra ita-tacurú, utilizada fundamentalmente en el muro Este del patio del claustro, se encuentra en buen estado de conservación. El principal problema de conservación es presentado por la piedra arenisca, el asperón rojo, que fue la más utilizada en la construcción. Esta piedra, como otras tiene la particularidad que cuando está húmeda es muy blanda y fácil de trabajar. Cuando se seca, forma una costra que la protege, siempre que la piedra permanezca esencialmente seca. Por lo tanto es deseable mantener la piedra en ese estado, lo que evita también el crecimiento de micro y macro-organismos que tienden a perpetuar la humedad en la piedra…(…)…helechos, musgos, líquenes, algas y hongos, se desarrollan sobre estos muros, fundamentalmente en las tres hileras superiores de piedras, debido a la humedad que absorven las piedras durante las lluvias. El desarrollo de actividad biológica se observa también en todos aquellos muros que están el mayor tiempo a la sombra. El crecimiento de la micro y macroflora no solamente tiene el inconveniente de mantener la piedra húmeda, sino que también es capaz de producir su deterioro. Este deterioro puede ser de orden químico, por acción de ácidos y agentes complejantes liberados por los organismos, o por acción mecánica, como el que ocurre durante el crecimiento de una raíz o tronco que se originó como un pequeño germen en el poro o fisura de una piedra…”.

Es decir que no sólo el muro había cambiado por la falta de un techo y la exposición a la lluvia sino también por los efectos que se multiplicaban en las condiciones producidas por la intemperie.
En 1996 un especialista español en petrología, José María García de Miguel
[xxv], inspeccionó los muros del templo.
Aseguró que las piedras areniscas tienen una gran resistencia a la pérdida de relieve por degradación pero, por el contrario, la resistencia mecánica es en general muy baja. En cambio el itacurú tiene más evidentes pérdidas de relieve por degradación pero que, debido a la mayor plasticidad del material sobre todo en condiciones húmedas, la fragmentación de los sillares es menor. En cuanto al estado de los muros del templo dijo:

“(…)…Las piezas de sillería de las partes superiores de los muros que quedan en pié aparecen desplazadas y separadas unas de otras. A veces las raíces de las plantas superiores y especies arboreas se introducen entre las juntas separando aun más los sillares…(…)…el proceso progresa por la inclinación de los paramentos tanto en sentido normal a la mayor dimensión como por el desplazamiento colateral de unidades por rotación de eje normal a la mayor dimensión del muro; este último tipo de desplazamiento provoca la apertura de grietas de asiento con mayor luz hacia las partes superiores…(…)…el agua de las precipitaciones lava de forma heterogenea la argamasa entre sillares. La desaparición de esta capa plástica que acolcha y acomoda las piezas provoca la concentración de esfuerzos en pequeña superficies. La baja resistencia mecánica de la roca lleva a la relajación de las tensiones por fracturación de la pieza…(…)… el resultado es la separación de los sillares sobre todo en las partes superiores de las edificaciones. Esta separación provoca el desplazamiento del centro de gravedad y genera asientos discordantes con los originales entre unas piezas de sillería y otras, provocando la inestabilidad del conjunto…”.

El paso del tiempo avisaba que su acción no tenía ninguna posibilidad de ser detenida con arreglos provisorios o parciales.
Mientras tanto no había un convencimiento de lo que se debía hacer. En 1997 se encargó un estudio de suelos para ver si se había producido algún asentamiento de los muros. Se comprobó que los problemas de los mismos eran causados exclusivamente por las fallas de su propia configuración y se prosiguió con las obras de apuntalamiento
[xxvi].
El Ingeniero Cardoni analizó todos los aportes de los especialistas españoles y dictaminó que en los sectores con desmoronamientos había que consolidar la parte superior de los muros y utilizar micropilotajes para anclajes.
Desde mi punto de vista el diagnóstico continuaba con la presunción equivocada de un estado ideal del muro original de antes del incendio. Dijo Cardoni
[xxvii]:

“(…)…desde su estado original, de muro compacto, trabajando a compresión centrada y con buena ligazón entre piezas, y lo que hoy se observa, un muro conformado por piedras sobre piedras, con escaso o nulo mortero entre ellas, con rajaduras por las razones apuntadas, o por diferencias entre planos de asiento o por sucesos desconocidos de larga data, puede inferirse que lo que hoy se va a intervenir es un conjunto pétreo reacomodado por gravedad, sin casi ligazón entre piezas, configurando un modelo cuasi-inestable, si a la falta de unión en vertical, se suma la dirección horizontal y la conformación interna del grueso muro, con distintos tipos geométricos de piezas en su interior, que al reacomodarse provocan la rotura y el desplazamiento de las piezas exteriores de ambas caras del muro, que como se observa, sus constructores trataron de seleccionarlas dejando la imagen más homogénea a la vista. Distinto es el caso de encuentros de muros, donde sí es factible el asentamiento diferencial, no tanto por problemas en el suelo, sino por la diferencia de masas entre muros, lo que, a lo largo de los añosy favorecido por la insuficiente traba, pudo afectar de distintos estados tensionales por muro al terreno, provocando una compresibilidad mayor en el de mayor masa y así provocarse asientos diferenciales entre ambos. A este fenómeno deben sumarse los expresados respecto de su estructura superior para muros exentos…”.

Por haber tomado como punto de partida de su diagnóstico la idea de que había existido alguna vez un muro autoportante la propuesta de Cardoni procuró desarrollar una hipótesis de consolidación mediante materiales modernos que pudieran volver a darle al muro su consistencia. Se propuso utilizar morteros epoxídicos que presuntamente quedarían ocultos a la vista y el cosido de las piedras con bulones roscados y materiales inoxidables, completando el procedimiento con el relleno con resinas epoxi. Como se implemento el método propuesto en un trozo de muro denominado muro piloto de hecho lo que se hizo fue incorporar un nuevo elemento al templo volviéndose a plantear, por las diferencias en los comportamientos estructurales, las desigualdades de partes entre los restos de la caja muraria.
A esta altura se puede afirmar que ya quedaba poco de la arquitectura genuina de los indios. Basta comparar a la vista los resultados finales.
En 2003 se comenzó a definir un nuevo proyecto para la Portada Lateral de la iglesia ubicada en el muro opuesto al llamado piloto. El trabajo tenía el auspicio de una institución internacional dedicada a la recuperación de edificios históricos. El responsable del equipo técnico, el Arquitecto Magadan, sostuvo que debido al deterioro del dintel era necesario apuntalar urgentemente el sector, lo que se realizó lo más inmediatamente posible en mayo del mismo año.
Los considerandos del proyecto explican la situación estructural de los muros adyacentes al portal.

“(…)…pese al apuntalamiento preventivo del vano la estabilidad del Portal sigue estando amenazada por los empujes laterales que produce la deformación estructural de los muros lindantes. Por lo tanto el desplome de los muros laterales fue (sigue siendo) uno de los principales problemas a resolver antes o a la par que el proyecto de restauración del Portal en sí, a fin de garantizar que la misma no sea hecha en vano…”.

Evidentemente se trataba de un avance en la interpretación estructural del templo. De alguna manera se dejaba constancia que se trataba, aun a pesar de las partes faltantes, de una caja muraria que funcionaba en conjunto. Estaba claro que no habían existido nunca trozos de muro autoportantes.
Pero la investigación realizada por este equipo técnico limitó la búsqueda de sustentación histórica y decidió adoptar como principio conductor de las decisiones la intervención realizada por el Arquitecto Onetto en la década del ´40.
La memoria del proyecto explica

“(…)…no quedan dudas de que el dintel del Portal fue reconstruído por Onetto en la década de 1940…”.

Esto les permitió implementar una técnica similar a la desarrollada por Onetto. Nuevamente se desarmaba el muro distorsionado por la actividad mecánica de las piedras y se volvía a armar. Se ejecutaron preventivamente “cappings” en el coronamiento de los muros pero de ninguna manera se configuró un trabajo que por la metodología implementada transmitiera la idea de una corrección cualitativa de las restauraciones realizadas desde 1940.

Conclusiones

Desde nuestro punto de vista el documento citado al comienzo del desarrollo de nuestro análisis explica la contextura del muro y el funcionamiento de la caja muraria del templo cuando aun tenía techo. Las impresiones de un arquitecto de la importancia del Hermano Forcada, aunque transmitidas por el Cura del pueblo, dan por sentado de que cualquier intervención sin tomar extremos cuidados para continuar la integridad de la caja muraria, iban a perjudicar la seguridad del edificio.
El templo de San Ignacio fue un tipo de construcción realizado por idóneos y no por los afamados arquitectos de la Compañía de Jesús. La inteligencia de algún sacerdote o de algún indio había posibilitado encontrar una manera de equilibrar las piedras de variados tamaños apelando al ñau como mezcla plástica acomodadora de los diferentes movimientos que podían tener las distintas partes estructurales. No había cal y resultaba imposible rigidizar la estructura. A consciencia de los autores todo se movía al ritmo de la naturaleza hasta que un tronco de árbol utilizado como pilar u horcón flaqueara, entonces se cambiaba por otro.
El incendio causado por los paraguayos destruyó el techo del templo. Los mismos paraguayos se llevaron unas cuantas piedras para construir el recinto de la Trinchera de San José.
La naturaleza salvó a los restos cubriéndolos de tierra, malezales y plantas trepadoras. Cuando intervino Onetto en 1940 cambió todo el comportamiento estructural bajo cuyo régimen había sido creado el muro del templo.
Los demás que intervinieron, todos restauradores y no conservadores, con alguna alternativa hicieron lo mismo.
Entendemos que hoy queda poco del muro original. Este trabajo intenta ser un pedido que se respete lo más posible la articulación de la conexión con el pasado. Aunque sólo dure un instante, como dice Benjamin.
Pensamos que lo peor que podía pasarle al templo es continuar con las restauraciones (falsas conservaciones). Con respecto a una auténtica idea de conservación proponemos que se haga un estudio serio del comportamiento estructural original (el genuino de los indios) y que se prevea como proteger a los muros de la acción de la naturaleza.

[i] Nuevo Diccionario Ilustrado de la Lengua Española, 1933:.802.

[ii] Fernández, Roberto. Notas para una introducción a la teoría y práctica restauradora. En Teoría e Historia de la Restauración. Madrid, Master en Restauración y Rehabilitación del Patrimonio de la Universidad de Alcalá, 1997, pag. 62.

[iii] Benjamin, 1971: 79-80.

[iv] AGNA, Sala IX, 6-10-6. Compañía de Jesús.

[v]El documento fue mencionado por el Arquitecto Onetto. Onetto, Carlos Luis. San Ignacio Miní, un testimonio que debe perdurar. Buenos Aires, Dirección Nacional de Arquitectura, 1999, pág. 68.

[vi] Hermano Coadjutor Arquitecto Antonio Forcada. Nació en Nuez del Ebro, Zaragoza, España; el 22 de marzo de 1701. Hasta 1744 trabajó en varias obras importantes de los jesuitas de Aragón como las iglesias de Calatayud, Alagón y Tarazona. En la Provincia del Paraguay hizo el proyecto para el Colegio de Montevideo, intervino en el Colegio de Santa Fe, en el Colegio Máximo y en las estancias de Alta Gracia, Jesús María y Santa Catalina de Córdoba, en el templo para el Colegio de Corrientes y en las Iglesias y Colegios de San Cosme y San Damián y Jesús del Tavarangue. Falleció en San Ignacio Miní el 30 de junio de 1767. Allí descansan sus restos.

[vii] Ver sus trabajos en San Cosme y San Damián y en Jesús.

[viii] Ambrosetti, Juan B. Tercer viaje a Misiones. En Boletín del Instituto Geográfico Argentino. Tomo XVI. Buenos Aires, Llitografía e Imprenta de G. Kraft, 1895, págs. 449 a 451. Este importante estudioso defendió la conservación de las ruinas en su sitio de implantación. Representantes de la cultura a inicios del siglo XX, entre ellos Eduardo Schiaffino, defendieron la idea de transportar las piedras más trabajadas al Paseo de Palermo. Ver El País, 8 de marzo de 1900. En AGNA, Sala VII.

[ix] La plaqueta esta actualmente depositada en el llamado museo de las ruinas. Es mencionada por Onetto en su libro. Onetto, Carlos Luis. San Ignacio Miní, un testimonio que debe perdurar. Buenos Aires, Dirección Nacional de Arquitectura, 1999, pág. 97.

[x] Ver Plano de estructura del templo en AGNA, Sala IX, 18-2-1. San Ignacio, 1795.

[xi] CNMMLH, Archivo Misiones Jesuiticas, Caja 5/1, Carpeta 1. Queirel, Juan. San Ignacio, 1899.Se pueden comprobar sus dichos en las fotos publicadas por el Padre Gambón quien estuvo en San Ignacio Miní para la misma época. En Gambón, Vicente. A través de las Misiones Guaraníticas. Buenos Aires, Estrada, 1904.

[xii] La escalera es un elemento fundamental de la experiencia del espacio en el concepto barroco y en el concepto griego, origen de la tipología.Ver Levinton, Norberto. El pórtico de la iglesia. Una deuda de la restauración de San Ignacio Miní. Revista Contratiempo. www.revistacontratiempo.com.ar

[xiii] En 1938 se creó una Comisión Nacional de Museos y Lugares Históricos dependiente del Ministerio de Justicia e Instrucción Pública. Pero en 1940 se declaró disuelta promulgándose en cambio una Ley del Poder Legislativo que creó la Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos a la cual se le otorgó la superintendencia inmediata sobre los museos, monumentos y lugares históricos nacionales.

[xiv] CNMMLH, Archivo Misiones Jesuíticas, Caja 5/1, Carpeta 1. Buschiazzo, Mario J.Buenos Aires, 20 de septiembre de 1938.

[xv] CNMMLH, Caja 5/1, Carpeta 1. Acta de acuerdo a la ley 12665 y decreto 83244 del 24 de enero de 1941.

[xvi] Como bien dice el artículo 9º de la Carta Internacional de Venecia : “La restauración es una operación que debe tener un carácter excepcional…(…)…se detiene en el momento en el que comienza la hipótesis…”.

[xvii]Onetto, Carlos Luis. San Ignacio Miní, un testimonio que debe perdurar. Buenos Aires, Dirección Nacional de Arquitectura, 1999, pág. 156.

[xviii] Ibídem, pág. 158.

[xix] CNMMLH, Archivo Misiones Jesuíticas, Caja 10/1, Carpeta 1. Informe del Vocal Antonio Apraiz. Buenos Aires, 7 de octubre de 1948.

[xx] CNMMLH, Archivo Misiones Jesuíticas, Caja 4/1, Carpeta 1. Carta del Gobernador Brigadier Mayor ( R ) Angel Vicente Rossi al Presidente de la Comisión Nacional de Museos y Monumentos Históricos Don Leonidas de Vedia. Posadas, 15 de octubre de 1971.

[xxi] CNMMLH, Archivo Misiones Jesuíticas, Caja 4/1, Carpeta 1. Cartas del 10 y 12 de noviembre de 1971.Hay plano adjunto.

[xxii]CNMMLH, Caja 4/1, Carpeta 1. Nota de la Oficina Técnica de la DNA al Presidente de la CNMMLH. Buenos Aires, 26 de enero de 1972.

[xxiii] CNMMLH, Archivo Misiones Jesuíticas, Caja 8/2, Carpeta 2. Informe de reunión de la actuación en 1983.

[xxiv] CNMMLH, Archivo Misiones Jesuíticas, Caja 7/1, Carpeta Piedra. Informe sobre el estado de conservación del material pétreo de Elena Charola. Buenos Aires, 14 de julio de 1988.

[xxv]CNMMLH, Archivo Misiones Jesuíticas, Caja 7/1, Carpeta Piedra. Informe sobre el estado de conservación y recomendaciones de actuación de la piedra monumental dentro del programa de Puesta en valor de las Misiones Jesuíticas. Buenos Aires, 12 de diciembre de 1996.

[xxvi]CNMMLH, Archivo Misiones Jesuíticas, Caja 4/1 , Carpeta 2. Acta de reunión realizada en Posadas el 13 de febrero de 1997.

[xxvii] Cardoni, Juan María. Informe técnico Rescate estructural San Ignacio. Buenos Aires, 28 de febrero de 1997.