viernes, 4 de abril de 2008

La restauración como problema historiográfico

La restauración de los muros de la Iglesia de San Ignacio Miní: una cuestión historiográfica
Arquitecto y Doctor Norberto Levinton

Introducción

¿Qué es restaurar? Según un diccionario
[i] la palabra proviene del latín restaurare que quiere decir recuperar, recobrar, reparar, renovar o volver a poner una cosa en el estado que tenía.
Es evidente que a partir de esta definición se abre un gran abanico con respecto a la interpretación del significado de las palabras utilizadas para explicar el concepto. Esto se observa claramente en los términos utilizados actualmente en el campo de la restauración. Es posible discutir sobre el concepto sustentante de una intervención sin terminar de ponerse de acuerdo sobre los límites de lo que se entiende por conservación de un monumento o por restauración propiamente dicha
[ii].
Es que en la idea de conservación aparece la problemática del paso del tiempo y en función de ello se hace necesario decidir, entre otras cosas, acerca de si se deben dejar o no las trazas de las épocas posteriores a la construcción del edificio.
Con respecto a la decisión de restaurar la cuestión es aún más compleja porque esta incluye una esencial determinación de cómo encarar la relación de los actuales y los futuros usuarios con el tiempo creador del edificio y con un entorno que indefectiblemente ha sido modificado.
Es decir que se podrían haber planteado infinidad de criterios y de propuestas de intervención en la problemática del templo de San Ignacio Miní.
El objeto de este trabajo es proponer una postura basada centralmente en la documentación histórica como la conductora de las intervenciones. La idea sustentante es que “articular históricamente el pasado no significa conocerlo como verdaderamente ha sido. Significa adueñarse de un recuerdo tal como este relampaguea en un instante de peligro”
[iii]. Intentaremos explicar la puesta en práctica de este concepto a través del análisis de la historia de las intervenciones en el templo.
No se trata de críticar a otras posturas sobre el tema, en la medida que se hayan atenido a las reglas del arte configuradas internacionalmente, sino simplemente esbozar una idea acerca de lo que, según nuestra propuesta, debería ser la interacción del usuario con el edificio misional.

La investigación histórica como principal elemento sustentante de la restauración

Una carta del Padre Cura de San Ignacio Miní, el Padre Andrés Fernández
[iv], al Padre Visitador Contucci del 25 de enero de 1763 le plantea algunas cuestiones, al que hacía las veces de Provincial, sobre el templo del Pueblo[v].

“(…)…el otro punto es del Baptisterio. Vino el Hermano Antonio
[vi], y habiendo visto la pared de la Iglesia resolvió que no era factible, sin algún peligro. Son piedras desiguales, puestas sin arte ni maestría y la piedra dura, como lo probó el Hermano con un pico, y al romper la pared se ha de atormentar no sin riesgo. El único modo, que discurrió el Hermano, era abrir la pared de arriba abajo; pero aun este le pareció arriesgado, pues los dientes o salidas de las piedras, que quedarían en la abertura, era necesario igualarlos cortando con la misma violencia, y es el mismo peligro y tormento para lo restante de la pared…”.

Este documento aporta una información fundamental para cualquier tipo de intervención en la iglesia. Los muros, por su composición y construcción, apenas se soportaban a sí mismos.
El inestable estado del muro cualquiera podría haberlo intuido en la medida que este elemento arquitectónico, en la etapa arquitectónica de las misiones en que fue construído, era considerados como de simple cerramiento. El verdadero sistema estructural estaba conformado por pilares de madera que estaban insertos en una entrante dispuesta en el muro, pero que respondía a las solicitaciones en forma totalmente independiente del mismo.
De esta manera se puede afirmar que el constructor del templo de San Ignacio Miní, obra de principios del siglo XVIII y aun sin ejecutor determinado, pensó los muros como integrantes de una caja muraria y de ningún modo se preocupó por el funcionamiento independiente de cada tramo del mismo. Por eso mismo al Hermano Forcada, un constructor idóneo, le pareció una resolución temeraria hacer algún cambio sin pensar en agregar primero algún refuerzo importante en el adintelamiento para resolver la comunicación entre la Iglesia y el Baptisterio. El arquitecto aragonés estaba acostumbrado a cortar las piedras como si fueran grandes mampuestos
[vii].
Estamos convencidos de que esta fue la última obra de Forcada (están sus restos en el presbiterio).Pero por lo dicho anteriormente se cuidó de cualquier patología en el edificio asegurando la continuidad del muro.
Ahora, desde la posición de “adueñarse del recuerdo tal como este relampaguea en un instante de peligro”, ¿de que manera repercute el conocimiento o desconocimiento del alcance de este documento en la propuesta de intervención?.
Vamos a analizar el estado de las ruinas antes que comenzaran las intervenciones más importantes así como intentaremos poner en valor la relación del tratamiento que se le hizo a los muros, teniendo nosotros a la vista el documento citado, con la necesaria ejecución de la escalera del templo, una propuesta anteriormente en la CNMMLH.

Después de la expulsión de la Compañía de Jesús los pueblos misionales entraron en un agudo proceso de decadencia. Los edificios se fueron deteriorando porque los indios que eran idóneos en construcción huyeron o se murieron y la organización dispuesta por el gobierno colonial no se preocupó lo suficiente para formar nuevos técnicos.
En los primeros años del proceso de decadencia se contrataron Maestros de Obras pero cuando se llegó al estado de quebranto económico no hubo quien se encargara de componer los problemas constructivos o de mantenimiento que fueron apareciendo.
Una vez iniciado el proceso de formación de la nación Argentina en 1810 los pueblos misioneros se encolumnaron bajo las órdenes de Artigas y estuvieron permanentemente en situación de guerra, támpoco hubo oportunidad para dedicarse a los edificios.
Después de la derrota de Artigas y de su exilio en 1820 el vacío de poder y la escasa organización de los sobrevivientes incentivó a los paraguayos para apoderarse del camino que podía servirles para pasar sus mercaderías desde Itapua hasta San Borja. Con este propósito procuraron la destrucción de los pueblos incendiando todos los edificios y ahuyentando a los que continuaban habitándolos.
Hasta el final de la guerra de la Triple Alianza la zona fue un territorio de transhumantes dedicados fundamentalmente a explotar subrepticiamente los yerbales que habían configurado los indios de las misiones.
Por supuesto que nadie se preocupó por el estado de los edificios de los pueblos salvo para buscar supuestos tesoros de los jesuitas o para usar las piedras, como los paraguayos en la llamada Trinchera de San José (luego Posadas).
Desde que la Argentina ocupó nuevamente la zona la Provincia de Corrientes la consideró como un Departamento de su territorio y el único interés del momento fue la venta de las tierras. Los edificios de los pueblos misioneros se fueron desintegrando por el hurto de las tejas y el uso de las piedras para la construcción de las viviendas de los interesados en los yerbales.
Después de la declaración de un sector del territorio misionero (legalmente correntino) como Territorio Nacional de Misiones, en 1882, la necesidad de crear asentamientos para los colonos significó la utilización de los cascos de los antiguos pueblos y empezaron a quitarse los malezales que rodeaban las ruinas de los edificios misionales.

Las características de los edificios y fundamentalmente por las historias tejidas en torno de la relación entre los misioneros y los indios llamaron la atención de científicos de la talla de Ambrosetti
[viii]. A manera de testigo del estado de los muros el mismo estuvo en San Ignacio Miní en 1894 y reseña que

“(…)…mirando al norte se hallan las ruinas del grandioso templo de San Ignacio, todo edificado en piedra labrada y de cuyo frente aparecen aun en pie tres grandes trozos, los únicos que se han salvado de los destrozos del tiempo y de los hombres. El atrio de la iglesia con su concha se ha derrumbado y yace en el suelo delante de las paredes aun en pie. La escalinata que daba acceso al templo se halla cubierta de escombros y vegetación; sobre ella aun se ve una loza fúnebre con la siguiente inscripción: P.P. Enrique Cordule
[ix], septiembre 1727…(…)…según se ve, en las paredes del frente no usaron las piedras cúbicas, como en algunas otras iglesias, sino emplearon las piedras chatas de poco espesor y de tamaño variable, que fueron colocando, calzándolas con pequeños fragmentos de otras para que nivelasen su talla irregular. Esto quizás ha contribuído a que su consevación no haya sido tan duradera; puesto que las paredes así hechas ofrecen mayores resquicios por donde las plantas puedan arraigar ejerciendo mayor presión con sus robustas raíces, en el interior de ellos y por lo tanto mayor movimiento en la pared.
Al edificar el frente, del modo indicado, han embutido piedras talladas de antemano que representaban varias figuras …(…)…la entrada principal del templo se conoce que fue amplia flanqueada por columnas dos a cada lado, que sobresalían de la pared
[x].Estas columnas cuyos chapiteles tienen algo de corintio, pero con un carácter indio muy marcado, sostenían los extremos de una especie de concha que ocupaba la parte superior de la puerta.Esta concha que debió tener la forma de un sombrero napolitano terminaba sobre la mitad de la columna externa, en donde se elevaba una gran perilla de piedra. Sobre esta concha, a juzgar por los restos que quedan, se destacaban de la pared otros adornos …(…)…el interior de la iglesia es grandioso, las paredes laterales son todas de piedras cúbicas y de gran tamaño, colocadas con bastante prolijidad…”.

Al respecto de la vinculación de estos párrafos con el documento histórico citado lo más importante es, según los dichos de Ambrosetti, la imposibilidad de autosostenimiento de los muros por la elección de los materiales y el método constructivo elegido.
También uno de los agrimensores contratados para el trazado de las colonias de inmigrantes, llamado Juan Queirel
[xi], se interesó por las ruinas, hizo algunos dibujos y sacó fotos de las mismas.
En uno de sus textos dice:

“(…)…la iglesia…(…)…cuyo imponente frontispicio en ruinas se columbra por el follaje al Sud de la plaza, está por lo tanto mirando al norte,…(…)…mide entre paredes 63 metros por 30 y era por consiguiente una enorme iglesia…(…)…delante había varias gradas para descender al nivel de la calle
[xii]…(…)… los muros, aun en pie, han sido contraidos con la piedra arenisca amarillorojiza que aquí tanto abunda, hallada en trozos cúbicos y en lajas, entre los cuales no se ve más cemento que el barro arenoso común del lugar y donde las junturas han sido salido perfectas; por la talla irregular de las piedras estas han sido calzadas por medio de piedritas chatas y finas.- Sobre la piedra se aplicaba una capa de revoque amarillo de tierra de Misiones y dicho revoque, que era blanqueado con cal, que por cierto no provenía de Misiones, donde aun no se ha encintrado yacimientos de piedra calcárea…(…)…su pared Oeste no presenta más abertura que una puerta al fondo para dar acceso a una pieza que tenía en comunicación la iglesia la iglesia con el cementerio.- En esa pared se ven de 5 en 5 metros unos canales o huecos verticales que fueron ocupados por vigas o columnas de madera en las que se apoyaba el armazón del techo

Asimismo llamó la atención sobre el método constructivo implementado por los misioneros y los indios, coincidiendo en sus apreciaciones con lo expresado en el documento. Se trataba de piedras irregulares calzadas con piedritas chatas y finas.

Las intervenciones en San Ignacio Miní comenzaron a tratarse conjuntamente con la formación de la Comisión Nacional de Museos, Monumentos y Lugares Históricos
[xiii].
La cuestión es que el desconocimiento de la contextura de los muros del templo fue determinante para adoptar proyectos de intervención que, desde nuestro punto de vista, eran inapropiados.
El muro, al incendiarse el templo, quedó desprotegido del techo de madera y expuesto a la acción de la intemperie. De esa manera se fueron limpiando los intersticios entre las piedras perdiéndose los elementos pequeños que evitaban el movimientos de las piedras más importantes.
Para colmo, el retiro de piedras para múltiples construcciones destruyó la continuidad de la caja muraria creando una fisonomía perniciosa para los trozos de muros que quedaban. Cada uno de ellos al independizarse debería haberse adaptado al comportamiento de una estructura autoportante, lo que era imposible por las características originales del muro explicadas claramente por el documento citado.

En 1938 Buschiazzo recorre San Ignacio y con respecto al templo se manifiesta preocupado por el saqueo de las piedras y por

“(…)…el segundo enemigo, tan terrible como el anterior, es el bosque que todo lo invade, al extremo de que en uno de los muros del templo, a unos doce metros de altura, ha crecido un enorme ibapohy o higuerón, cuyas raíces penetran entre las juntas, amenazando derribar en breve el trozo más grande que aun resta de la fachada…(…)…es realmente asombroso ver como, en aquellas alturas, donde no hay tierra ni agua, crece tan desmesurado árbol…”.

Según lo que dice la descripción, desde nuestro punto de vista, se hace evidente el hecho de la descomposición de los intersticios de los muros y la consecuencia de la acción continua del viento transportando tierra y depositándola de tal manera que favoreció el crecimiento de plantas no sólo en los muros de San Ignacio sino también en las ruinas de las otras reducciones.
La conclusión de Buschiazzo
[xiv] al terminar su visita fue que

“(…)…sin perjuicio de que algún día se inicien obras de restauración definitivas, como lo dispone un decreto del Superior Gobierno, estimo que urge limpiar y desbrozar de malezas y árboles, recolocando las piedras caídas, y apuntalando las portadas tambaleantes. Se trata de una tarea preliminar relativamente fácil, que puede ejecutarse con simples peones bajo una dirección hábil, y para lo cual correspondería aprovechar los servicios de la Dirección General de Arquitectura…”.

El criterio expuesto, el que subsistió hasta nuestros días, recargó a los trozos de muros con los agregados de piedras. Además la limpieza de los túmulos, dejando a los muros sin el basamento que le daba la altura de los mismos, dejó a los muros librados a su destino y expuestos a un pandeo crónico.
Al año siguiente, en otro informe a la CNMMLH, Buschiazzo afirma

“(…)…no creo en la posibilidad de restaurar totalmente dicha misión, porque el avanzado estado de destrucción y la falta de documentos imposibilitan una labor seria, pero creo en cambio que debe procederse con toda premura a desbrozar el terreno y aun los propios muros subsistentes, de la maleza y bosque que todo lo invade, de modo de conservar el conjunto en su estado de “ruinas en buenas condiciones”, aunque esto parezca una paradoja. Quedan aun en el terreno infinidad de piedras talladas que podrían recolocarse, con lo que el conjunto recobraría parcialmente el grandioso aspecto que debió tener. Todo intento de reconstrucción que quisiera sobrepasar la simple conservación de las ruinas, estaría fatalmente destinado a caer en el dominio de la inventiva, aparte de que insumiría cantidades siderales de dinero. En cambio, la recolocación de las piedras caídas y la limpieza del terreno es una tarea relativamente simple y poco costosa, que podría iniciarse de inmediato, sin perjuicio de las ulteriores medidas que adoptase la comisión…”.

La más importante intervención realizada en San Ignacio Miní empezaría en 1940 a cargo del Arquitecto Cordes.
Al renunciar este en 1941 se hizo cargo de los trabajos el Arquitecto Onetto.
En un acta de entrega de las ruinas a la CNMMLH del 20 de marzo de 1943 figura que la fachada de la iglesia está destruída “quedan los pies derechos de los portales; las paredes que miran hacia los rumbos Este y Oeste miden 5 metros de alto cada una; el ábside y sacristía tienen una altura de 4 a 5 metros”
[xv].
Se había iniciado lo que se pensaba era una política de conservación. En realidad era una restauración
[xvi] encubierta, sin la absoluta consciencia de los propios autores, porque los trozos de muros funcionarían estructuralmente en forma totalmente diferente a como habían sido diseñados.
Onetto
[xvii] describe el proceso de intervención en los muros y explica

“(…)…los muros estaban en gran parte cubiertos por una variadísima vegetación, helechos y lianas, cuya extracción no cesó durante la ejecución de la obra, porque su reaparición en las partes donde se había hecho la limpieza, era constante…”.

El ñaú que estaba en los intersticios y había servido como mezcla plástica de asiento de las piedras, por acción de las lluvias se había convertido en un receptáculo para el crecimiento de las plantas. La extracción de las mismas significó la pérdida de su aporte estructural siendo sustituído el relleno de los intersticios por otros materiales más rígidos. Las malezas y hasta el higuerón mencionado por Buschiazzo mecánicamente actuaban a la tracción y protegían a los elementos más pequeños ubicados en los intersticios que ayudaban a evitar los movimientos de las piedras y a transmitir los esfuerzos de compresión.
Los muros que estaban desplomados no se desarmaron. La fachada principal de la iglesia

“(…)…fue restaurada parcialmente por anastilosis, es decir: desarme y reposición hasta los entablamentos. El muro situado a la izquierda de la entrada principal, que es el que se había mantenido en pie con mayor altura, aunque muy afectado por las raíces que habían penetrado por las juntas, tuvo que ser desarmado en su parte más alta, y consolidado internamente con coladas de suelo cemento…”
[xviii].

Un informe de 1948 confirma que los

“(…)…trabajos de restauración se encuentran prácticamente terminados. Se han eliminado los árboles y la maraña con que la selva había cubierto las ruinas…(…)…todo lo que resta de las construcciones originarias ha sido restaurado, a veces desmontando y volviendo a colocar en el lugar debido los materiales que formaron los muros…(…)…hay en profusión lugares que exhiben un trabajo artístico extraordinario interesante, especialmente en los restos de la iglesia…(…)…todos estos recintos conservan sus muros casi totalmente en la altura originaria…”
[xix].

A partir de este momento los muros pasaron a comportarse como muros restaurados, lo que significó la concatenación de cíclicos desmoronamientos. Este proceso de deterioro de lo genuino del muro fue analizado por diversos especialistas.

Uno de los más importantes desplazamientos del muro ocurrió en 1970.Un plano muestra el desplomo de trozos de paredes de la iglesia (planta, vistas, cortes) en el lateral que continua desde el baptisterio hasta la sacristía.
El gobierno provincial
[xx] le comunicó a la CNMMLH:

“(…)…los trabajos que se están efectuando en las Ruinas Jesuíticas de San Ignacio, en esta Pprovincia, se han constituído en un motivo de grave preocupación para el Gobierno a mi cargo…(…)…no se debe, Señor Presidente, substituir –para citar sólo un ejemplo- muros que los jesuítas levantaron sin argamasa, por otros cementados…”.

Al respecto estaba encargado de los trabajos el Arquitecto Miguel F. Villar
[xxi], responsable del Distrito Noreste de la Dirección Nacional de Arquitectura. Este funcionario en dos cartas le explicitó al Presidente de la CNMMLH el fundamento de la solución adoptada:

“(…)…el muy avanzado estado de ruina o deterioro de este emplazamiento jesuítico cuando se resolvió su conservación, la falta de cimiento en los grandes muros y la naturaleza muy endeble de la piedra utilizada en la obra original, motivaron difíciles alternativas que fueron resueltas con prudencia, ejecutando la obra necesaria para conservar la autenticidad y verdad del trabajo del indígena...(...)...en la nota del Sr. Gobernador se dice que no se debe sustituir muros que los Jesuítas levantaron sin argamasa, por otros cementados. La crítica se refiere a los primeros trabajos hechos para reconstruir el frente de la iglesia, la pared posterior de la misma, parte del baptisterio y la puerta de la sacristía. Esas obras se hicieron hace ya muchos años y permitieron evitar el derrumbe definitivo de esos importantes y apreciados sectores, ubicando también en el caso de la Iglesia los elementos arquitectónicos y decorativos que habían caído, incluyendo la imagen de un ángel. Como no se pudo continuar con esa reconstrucción por falta de localización de elementos destruídos, las piedras talladas correspondientes al sector, están ubicadas y clasificadas en el suelo frente a los muros a los que pertenecieron…”.

Primeramente, dice, se pensó en desmontar las paredes y volverlas a reconstruir (de alguna manera era la repetición del procedimiento realizado por Onetto) pero agregando estructuras resistentes ocultas, lo que fue aprobado por la CNMMLH. Posteriormente, dudando de materializar la alternativa propuesta, se implementó una estructura auxiliar de apuntalamiento mediante cables de acero y tirantes de hierro debido a la supuesta flaqueza de las piedras. Es decir que lo que se había concebido como la mejor manera de obtener, por lo menos, una leve imagen de la experiencia del espacio misional, se convirtió en un muestrario de los materiales más contemporáneos.
La nota final justificativa de lo hecho, producida por la Dirección Nacional de Arquitectura
[xxii], expresa:

“(…)…debido al gran fraccionamiento de las piedras, sobre el lado del desplome, se lograría sólo la obtención del 40% del material para reubicar.
2-En vista de este resultado, y para no afectar dentro de lo razonable el trabajo auténtico del indígena, se efectuó como solución temporaria –y mientras no se convenga con esta Comisión otro trabajo de carácter permanente- una contención del progreso del desplome, mediante cables de acero anclados al Patio de los Padres y fijados a los muros mediante tirantes de hierro …”.

Es decir que para respetar el supuesto trabajo genuino de los indios se dispuso una parafernalia de elementos totalmente ajenos a la época misional.
La siguiente oportunidad fue en 1983. Se había conformado un cuerpo técnico integrado por los Arquitectos Carlos Luis Onetto, Eduardo Ellis y el Señor Gustavo Maggi, un experto conocedor de la zona.
La CNMMLH
[xxiii] estableció que el principal problema de los muros del templo de San Ignacio era el deterioro causado por la falta de una debida protección a la acción de la naturaleza. Por eso se le pidió al Dr. Roberto Ruhstaller, del Museo de Ciencias Naturales, que estudiase el tema del comportamiento de los materiales. El resultado fue el envío de la consulta a la firma Química Hoescht de Alemania. Por primera vez se había tomado consciencia que el muro estaba trabajando diferente a su condición original antes del incendio. Pero cada vez se estaba más lejos del genuino trabajo de los indios y de encontrar una solución para los muros.
El informe técnico de Ruhstaller menciona tres materiales utilizados por los jesuítas y los indios. El ita-tacurú o hierro de los pantanos, la arenisca y como argamasa el Ñauí, un material arcilloso de alta plasticidad. Es importante destacar que todos estos materiales ya habían sido descriptos por el Padre Sánchez Labrador, un jesuíta partícipe de la experiencia misional, en su obra escrita en la segunda mitad del siglo XVIII.
En 1988, los plazos se estaban acortando –los muros continuaban derrumbándose-, se encargó otro estudio sobre el material pétreo. La autora, la Dra. A. Elena Charola
[xxiv], afirmó que

“(…)…la piedra ita-tacurú, utilizada fundamentalmente en el muro Este del patio del claustro, se encuentra en buen estado de conservación. El principal problema de conservación es presentado por la piedra arenisca, el asperón rojo, que fue la más utilizada en la construcción. Esta piedra, como otras tiene la particularidad que cuando está húmeda es muy blanda y fácil de trabajar. Cuando se seca, forma una costra que la protege, siempre que la piedra permanezca esencialmente seca. Por lo tanto es deseable mantener la piedra en ese estado, lo que evita también el crecimiento de micro y macro-organismos que tienden a perpetuar la humedad en la piedra…(…)…helechos, musgos, líquenes, algas y hongos, se desarrollan sobre estos muros, fundamentalmente en las tres hileras superiores de piedras, debido a la humedad que absorven las piedras durante las lluvias. El desarrollo de actividad biológica se observa también en todos aquellos muros que están el mayor tiempo a la sombra. El crecimiento de la micro y macroflora no solamente tiene el inconveniente de mantener la piedra húmeda, sino que también es capaz de producir su deterioro. Este deterioro puede ser de orden químico, por acción de ácidos y agentes complejantes liberados por los organismos, o por acción mecánica, como el que ocurre durante el crecimiento de una raíz o tronco que se originó como un pequeño germen en el poro o fisura de una piedra…”.

Es decir que no sólo el muro había cambiado por la falta de un techo y la exposición a la lluvia sino también por los efectos que se multiplicaban en las condiciones producidas por la intemperie.
En 1996 un especialista español en petrología, José María García de Miguel
[xxv], inspeccionó los muros del templo.
Aseguró que las piedras areniscas tienen una gran resistencia a la pérdida de relieve por degradación pero, por el contrario, la resistencia mecánica es en general muy baja. En cambio el itacurú tiene más evidentes pérdidas de relieve por degradación pero que, debido a la mayor plasticidad del material sobre todo en condiciones húmedas, la fragmentación de los sillares es menor. En cuanto al estado de los muros del templo dijo:

“(…)…Las piezas de sillería de las partes superiores de los muros que quedan en pié aparecen desplazadas y separadas unas de otras. A veces las raíces de las plantas superiores y especies arboreas se introducen entre las juntas separando aun más los sillares…(…)…el proceso progresa por la inclinación de los paramentos tanto en sentido normal a la mayor dimensión como por el desplazamiento colateral de unidades por rotación de eje normal a la mayor dimensión del muro; este último tipo de desplazamiento provoca la apertura de grietas de asiento con mayor luz hacia las partes superiores…(…)…el agua de las precipitaciones lava de forma heterogenea la argamasa entre sillares. La desaparición de esta capa plástica que acolcha y acomoda las piezas provoca la concentración de esfuerzos en pequeña superficies. La baja resistencia mecánica de la roca lleva a la relajación de las tensiones por fracturación de la pieza…(…)… el resultado es la separación de los sillares sobre todo en las partes superiores de las edificaciones. Esta separación provoca el desplazamiento del centro de gravedad y genera asientos discordantes con los originales entre unas piezas de sillería y otras, provocando la inestabilidad del conjunto…”.

El paso del tiempo avisaba que su acción no tenía ninguna posibilidad de ser detenida con arreglos provisorios o parciales.
Mientras tanto no había un convencimiento de lo que se debía hacer. En 1997 se encargó un estudio de suelos para ver si se había producido algún asentamiento de los muros. Se comprobó que los problemas de los mismos eran causados exclusivamente por las fallas de su propia configuración y se prosiguió con las obras de apuntalamiento
[xxvi].
El Ingeniero Cardoni analizó todos los aportes de los especialistas españoles y dictaminó que en los sectores con desmoronamientos había que consolidar la parte superior de los muros y utilizar micropilotajes para anclajes.
Desde mi punto de vista el diagnóstico continuaba con la presunción equivocada de un estado ideal del muro original de antes del incendio. Dijo Cardoni
[xxvii]:

“(…)…desde su estado original, de muro compacto, trabajando a compresión centrada y con buena ligazón entre piezas, y lo que hoy se observa, un muro conformado por piedras sobre piedras, con escaso o nulo mortero entre ellas, con rajaduras por las razones apuntadas, o por diferencias entre planos de asiento o por sucesos desconocidos de larga data, puede inferirse que lo que hoy se va a intervenir es un conjunto pétreo reacomodado por gravedad, sin casi ligazón entre piezas, configurando un modelo cuasi-inestable, si a la falta de unión en vertical, se suma la dirección horizontal y la conformación interna del grueso muro, con distintos tipos geométricos de piezas en su interior, que al reacomodarse provocan la rotura y el desplazamiento de las piezas exteriores de ambas caras del muro, que como se observa, sus constructores trataron de seleccionarlas dejando la imagen más homogénea a la vista. Distinto es el caso de encuentros de muros, donde sí es factible el asentamiento diferencial, no tanto por problemas en el suelo, sino por la diferencia de masas entre muros, lo que, a lo largo de los añosy favorecido por la insuficiente traba, pudo afectar de distintos estados tensionales por muro al terreno, provocando una compresibilidad mayor en el de mayor masa y así provocarse asientos diferenciales entre ambos. A este fenómeno deben sumarse los expresados respecto de su estructura superior para muros exentos…”.

Por haber tomado como punto de partida de su diagnóstico la idea de que había existido alguna vez un muro autoportante la propuesta de Cardoni procuró desarrollar una hipótesis de consolidación mediante materiales modernos que pudieran volver a darle al muro su consistencia. Se propuso utilizar morteros epoxídicos que presuntamente quedarían ocultos a la vista y el cosido de las piedras con bulones roscados y materiales inoxidables, completando el procedimiento con el relleno con resinas epoxi. Como se implemento el método propuesto en un trozo de muro denominado muro piloto de hecho lo que se hizo fue incorporar un nuevo elemento al templo volviéndose a plantear, por las diferencias en los comportamientos estructurales, las desigualdades de partes entre los restos de la caja muraria.
A esta altura se puede afirmar que ya quedaba poco de la arquitectura genuina de los indios. Basta comparar a la vista los resultados finales.
En 2003 se comenzó a definir un nuevo proyecto para la Portada Lateral de la iglesia ubicada en el muro opuesto al llamado piloto. El trabajo tenía el auspicio de una institución internacional dedicada a la recuperación de edificios históricos. El responsable del equipo técnico, el Arquitecto Magadan, sostuvo que debido al deterioro del dintel era necesario apuntalar urgentemente el sector, lo que se realizó lo más inmediatamente posible en mayo del mismo año.
Los considerandos del proyecto explican la situación estructural de los muros adyacentes al portal.

“(…)…pese al apuntalamiento preventivo del vano la estabilidad del Portal sigue estando amenazada por los empujes laterales que produce la deformación estructural de los muros lindantes. Por lo tanto el desplome de los muros laterales fue (sigue siendo) uno de los principales problemas a resolver antes o a la par que el proyecto de restauración del Portal en sí, a fin de garantizar que la misma no sea hecha en vano…”.

Evidentemente se trataba de un avance en la interpretación estructural del templo. De alguna manera se dejaba constancia que se trataba, aun a pesar de las partes faltantes, de una caja muraria que funcionaba en conjunto. Estaba claro que no habían existido nunca trozos de muro autoportantes.
Pero la investigación realizada por este equipo técnico limitó la búsqueda de sustentación histórica y decidió adoptar como principio conductor de las decisiones la intervención realizada por el Arquitecto Onetto en la década del ´40.
La memoria del proyecto explica

“(…)…no quedan dudas de que el dintel del Portal fue reconstruído por Onetto en la década de 1940…”.

Esto les permitió implementar una técnica similar a la desarrollada por Onetto. Nuevamente se desarmaba el muro distorsionado por la actividad mecánica de las piedras y se volvía a armar. Se ejecutaron preventivamente “cappings” en el coronamiento de los muros pero de ninguna manera se configuró un trabajo que por la metodología implementada transmitiera la idea de una corrección cualitativa de las restauraciones realizadas desde 1940.

Conclusiones

Desde nuestro punto de vista el documento citado al comienzo del desarrollo de nuestro análisis explica la contextura del muro y el funcionamiento de la caja muraria del templo cuando aun tenía techo. Las impresiones de un arquitecto de la importancia del Hermano Forcada, aunque transmitidas por el Cura del pueblo, dan por sentado de que cualquier intervención sin tomar extremos cuidados para continuar la integridad de la caja muraria, iban a perjudicar la seguridad del edificio.
El templo de San Ignacio fue un tipo de construcción realizado por idóneos y no por los afamados arquitectos de la Compañía de Jesús. La inteligencia de algún sacerdote o de algún indio había posibilitado encontrar una manera de equilibrar las piedras de variados tamaños apelando al ñau como mezcla plástica acomodadora de los diferentes movimientos que podían tener las distintas partes estructurales. No había cal y resultaba imposible rigidizar la estructura. A consciencia de los autores todo se movía al ritmo de la naturaleza hasta que un tronco de árbol utilizado como pilar u horcón flaqueara, entonces se cambiaba por otro.
El incendio causado por los paraguayos destruyó el techo del templo. Los mismos paraguayos se llevaron unas cuantas piedras para construir el recinto de la Trinchera de San José.
La naturaleza salvó a los restos cubriéndolos de tierra, malezales y plantas trepadoras. Cuando intervino Onetto en 1940 cambió todo el comportamiento estructural bajo cuyo régimen había sido creado el muro del templo.
Los demás que intervinieron, todos restauradores y no conservadores, con alguna alternativa hicieron lo mismo.
Entendemos que hoy queda poco del muro original. Este trabajo intenta ser un pedido que se respete lo más posible la articulación de la conexión con el pasado. Aunque sólo dure un instante, como dice Benjamin.
Pensamos que lo peor que podía pasarle al templo es continuar con las restauraciones (falsas conservaciones). Con respecto a una auténtica idea de conservación proponemos que se haga un estudio serio del comportamiento estructural original (el genuino de los indios) y que se prevea como proteger a los muros de la acción de la naturaleza.

[i] Nuevo Diccionario Ilustrado de la Lengua Española, 1933:.802.

[ii] Fernández, Roberto. Notas para una introducción a la teoría y práctica restauradora. En Teoría e Historia de la Restauración. Madrid, Master en Restauración y Rehabilitación del Patrimonio de la Universidad de Alcalá, 1997, pag. 62.

[iii] Benjamin, 1971: 79-80.

[iv] AGNA, Sala IX, 6-10-6. Compañía de Jesús.

[v]El documento fue mencionado por el Arquitecto Onetto. Onetto, Carlos Luis. San Ignacio Miní, un testimonio que debe perdurar. Buenos Aires, Dirección Nacional de Arquitectura, 1999, pág. 68.

[vi] Hermano Coadjutor Arquitecto Antonio Forcada. Nació en Nuez del Ebro, Zaragoza, España; el 22 de marzo de 1701. Hasta 1744 trabajó en varias obras importantes de los jesuitas de Aragón como las iglesias de Calatayud, Alagón y Tarazona. En la Provincia del Paraguay hizo el proyecto para el Colegio de Montevideo, intervino en el Colegio de Santa Fe, en el Colegio Máximo y en las estancias de Alta Gracia, Jesús María y Santa Catalina de Córdoba, en el templo para el Colegio de Corrientes y en las Iglesias y Colegios de San Cosme y San Damián y Jesús del Tavarangue. Falleció en San Ignacio Miní el 30 de junio de 1767. Allí descansan sus restos.

[vii] Ver sus trabajos en San Cosme y San Damián y en Jesús.

[viii] Ambrosetti, Juan B. Tercer viaje a Misiones. En Boletín del Instituto Geográfico Argentino. Tomo XVI. Buenos Aires, Llitografía e Imprenta de G. Kraft, 1895, págs. 449 a 451. Este importante estudioso defendió la conservación de las ruinas en su sitio de implantación. Representantes de la cultura a inicios del siglo XX, entre ellos Eduardo Schiaffino, defendieron la idea de transportar las piedras más trabajadas al Paseo de Palermo. Ver El País, 8 de marzo de 1900. En AGNA, Sala VII.

[ix] La plaqueta esta actualmente depositada en el llamado museo de las ruinas. Es mencionada por Onetto en su libro. Onetto, Carlos Luis. San Ignacio Miní, un testimonio que debe perdurar. Buenos Aires, Dirección Nacional de Arquitectura, 1999, pág. 97.

[x] Ver Plano de estructura del templo en AGNA, Sala IX, 18-2-1. San Ignacio, 1795.

[xi] CNMMLH, Archivo Misiones Jesuiticas, Caja 5/1, Carpeta 1. Queirel, Juan. San Ignacio, 1899.Se pueden comprobar sus dichos en las fotos publicadas por el Padre Gambón quien estuvo en San Ignacio Miní para la misma época. En Gambón, Vicente. A través de las Misiones Guaraníticas. Buenos Aires, Estrada, 1904.

[xii] La escalera es un elemento fundamental de la experiencia del espacio en el concepto barroco y en el concepto griego, origen de la tipología.Ver Levinton, Norberto. El pórtico de la iglesia. Una deuda de la restauración de San Ignacio Miní. Revista Contratiempo. www.revistacontratiempo.com.ar

[xiii] En 1938 se creó una Comisión Nacional de Museos y Lugares Históricos dependiente del Ministerio de Justicia e Instrucción Pública. Pero en 1940 se declaró disuelta promulgándose en cambio una Ley del Poder Legislativo que creó la Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos a la cual se le otorgó la superintendencia inmediata sobre los museos, monumentos y lugares históricos nacionales.

[xiv] CNMMLH, Archivo Misiones Jesuíticas, Caja 5/1, Carpeta 1. Buschiazzo, Mario J.Buenos Aires, 20 de septiembre de 1938.

[xv] CNMMLH, Caja 5/1, Carpeta 1. Acta de acuerdo a la ley 12665 y decreto 83244 del 24 de enero de 1941.

[xvi] Como bien dice el artículo 9º de la Carta Internacional de Venecia : “La restauración es una operación que debe tener un carácter excepcional…(…)…se detiene en el momento en el que comienza la hipótesis…”.

[xvii]Onetto, Carlos Luis. San Ignacio Miní, un testimonio que debe perdurar. Buenos Aires, Dirección Nacional de Arquitectura, 1999, pág. 156.

[xviii] Ibídem, pág. 158.

[xix] CNMMLH, Archivo Misiones Jesuíticas, Caja 10/1, Carpeta 1. Informe del Vocal Antonio Apraiz. Buenos Aires, 7 de octubre de 1948.

[xx] CNMMLH, Archivo Misiones Jesuíticas, Caja 4/1, Carpeta 1. Carta del Gobernador Brigadier Mayor ( R ) Angel Vicente Rossi al Presidente de la Comisión Nacional de Museos y Monumentos Históricos Don Leonidas de Vedia. Posadas, 15 de octubre de 1971.

[xxi] CNMMLH, Archivo Misiones Jesuíticas, Caja 4/1, Carpeta 1. Cartas del 10 y 12 de noviembre de 1971.Hay plano adjunto.

[xxii]CNMMLH, Caja 4/1, Carpeta 1. Nota de la Oficina Técnica de la DNA al Presidente de la CNMMLH. Buenos Aires, 26 de enero de 1972.

[xxiii] CNMMLH, Archivo Misiones Jesuíticas, Caja 8/2, Carpeta 2. Informe de reunión de la actuación en 1983.

[xxiv] CNMMLH, Archivo Misiones Jesuíticas, Caja 7/1, Carpeta Piedra. Informe sobre el estado de conservación del material pétreo de Elena Charola. Buenos Aires, 14 de julio de 1988.

[xxv]CNMMLH, Archivo Misiones Jesuíticas, Caja 7/1, Carpeta Piedra. Informe sobre el estado de conservación y recomendaciones de actuación de la piedra monumental dentro del programa de Puesta en valor de las Misiones Jesuíticas. Buenos Aires, 12 de diciembre de 1996.

[xxvi]CNMMLH, Archivo Misiones Jesuíticas, Caja 4/1 , Carpeta 2. Acta de reunión realizada en Posadas el 13 de febrero de 1997.

[xxvii] Cardoni, Juan María. Informe técnico Rescate estructural San Ignacio. Buenos Aires, 28 de febrero de 1997.

2 comentarios:

Rosa dijo...

Excelente su blog, un gran aporte para quienes no podemos dejar de lado la clara relación entre arquitectura e historia.

Monica dijo...

que bueno son los proyectos que se plantean. no se mucho sobre arquitectura pero la historia que hay en cada una de las obras de nuestro país me resultan interesantes por todo lo que tienen detrás.
el alquiler temporario en buenos aires que realice para vivir no es nada especial pero claramente me gustaría estar en la casa de algún filósofo Argentino